Bestias en un motel de paso

¿Qué es lo idealizado por un escritor que también pinta (paredes) para cerrar trato laboral con un albergue transitorio buscando eso que le cambie la vida? Cuando (más que nunca) el voyerismo es el otro.

Por Norman Petrich

Día 0

Acabo de cerrar trato para pintar un telo. Económicamente no fue un arreglo extraordinario pero me seduce las posibilidades latentes en ese lugar.

Mi voyerismo está expectante. Con qué me voy a encontrar, qué historias podrán surgir. Espero que al menos una con su costado rosa amarillista. Siento que esta decisión puede marcar un antes y un después, por lo menos a lo que mi escritura se refiere.

Día 1

Primera caminata a través del pasillo que conecta las habitaciones, ese mundo totalmente imaginable pero no exactamente representado detrás de las puertas que siempre están cerradas, por lo menos cuando son ocupadas.

La música ambiental me acompaña durante su recorrido. Si hay gente en las habitaciones, por ahora escapan a la recepción de mis sentidos. Seguiremos prestando atención.

En la primera que me tocó pintar, predomina el rojo.

Buen augurio.

Día 2

Me pregunto si las chicas que trabajan acá sienten cierto agrado por la música ambiental que se escucha en todos lados. Su continuo sonido está alcanzando el color amarillo en mi semáforo de tolerancia. Inunda sugerente todo el pasillo, cada habitación. Sumale el hecho de que me estoy dando cuenta lo difícil, lo remota que se vuelve la posibilidad cruzarse con alguien ajeno al personal, escuchar una conversación que no sea la de las chicas que limpian, una simple frase subida de tono, un gemido detrás de las paredes.

Pasa Gabriela con los trastos sucios de la habitación 29 tarareando la canción que suena.

No estoy seguro de lo que eso significa.

Día 3

Y al tercer día descubrí que hay cuatro canales de sonido en las habitaciones. Puedo asegurar que a los pocos segundos de tocar botones se convirtió en uno de esos descubrimientos importantes que no terminan modificando nada.

Me escapo hasta el lavadero a fumarme un pucho que calme el estado de mis nervios.

Adivinen.

Sí, ahí también se escucha la música funcional.

Día 5

Por un rato se silenció el sonido ambiental tanto en el pasillo como en la habitación en la cual estoy trabajando ahora.

No sé a qué se debe pero descubro que afuera llueve copiosamente.

La canción más hermosa del mundo, pienso.

Día 6

Hoy me puse a hacer un top five mental para ver quién era el o la cantante de la cual era más veces utilizada su voz en el día.

Sorpresa: ganó Alejandro Lerner.

Si alguien lo conoce, avísele.

Día 7

Yendo al depósito de mantenimiento sucedió algo de lo que vine a buscar: mi andar coincidió con el movimiento cinergético que realiza un auto en busca de la salida. Tenía a menos de 50 metros la posibilidad de ver rostros, de rastrear en ellos una historia o buscar rastros de conformidad o su contrario; de imaginar algo, aunque sea una extorsión.

Como si estuviera en juego el premio al mejor empleado del lugar, en el momento crucial, bajé la cabeza.

Día 8

Terminé.

No conseguí lo esperado ni oír nada más que esta odiosa música ambiental.

Lejos estuvo de haber influenciado algún aspecto de mi vida. Al final, fue un laburo como cualquier otro, pienso, mientras me bajo del colectivo, cruzo a la disquería y con parte del dinero obtenido compro el último compacto de boleros de Luis Miguel.

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