“El velador”, un observador hilarante para desmitificar la muerte

Salió una nueva edición del libro de Guillermo Saavedra, cuya primera versión se publicó en 1998, un largo poema que oscila entre el humor refinado y burlesco, entre lo popular y lo culto, y mantiene vigencia aún en 2019.

¿A quién se le puede ocurrir escribir un largo poema sobre el velatorio de la madre cuando ésta permanece viva? Guillermo Saavedra (GS) puede ser la respuesta inmediata para quienes lo conocen bien en el ámbito literario. Pero si se amplía un poco el círculo se podrá comprobar que no resulta tan fácil el acierto por la dificultad para encasillarlo. Sucede que es un poeta, editor y crítico cultural que puede confundir con su rostro serio, voz grave y lenguaje culto, que al mismo tiempo reivindica su origen popular, nacido en el barrio porteño de Pompeya y en un hogar de trabajadores peronistas. Este hincha de Huracán que fue al Nacional Buenos Aires ha forjado una larga carrera como periodista en importantes medios de comunicación. Pero no hay que conocerlo mucho, porque en seguida, se advierte que detrás de su apariencia circunspecta se destaca su sentido del humor que proyecta todo el tiempo en persona, e incluso en su muro de Facebook, con sonetos muy divertidos que durante los últimos años apuntaron directamente a los personajes más siniestros del gobierno de Cambiemos, cada vez que éstos emitían alguna decisión o comentario desafortunado. Este párrafo, a modo introductorio, sirve para conocer de algún modo al autor de esta obra que tiene marcada su impronta personal aunque el contenido no sea autobiográfico en un sentido estricto.

El velador, motivo de esta reseña, es un libro que tiene la peculiaridad de proyectarse como un largo poema centrado en el cuerpo inerte de la madre. En todo el texto, la persona que oficia de velador  discurre con observaciones que alternan entre una estética bella y escatológica, entre lo cómico y lo indolente, que busca abordar el tema de la muerte y la carne sin mistificaciones, sin buscar un efecto dramático, en una situación que socialmente la concibe de este modo. Y a propósito de este punto conviene detenerse un poco: un asunto familiar, íntimo, como la muerte de la madre, GS logra transformarlo en crítica social de la figura materna, y al mismo tiempo del ritual de la muerte, de la pose compungida e hipócrita que rodea una pérdida: (…) Pero volviendo a mi madre muerta,/ la de cariños mal propinados,/que ya no emite ningún sonido,/salvo los gases que se desprenden/cobardemente de lo que resta/de su cuerpo desanimado,(…).

Sin embargo, en este desapego, cada tanto el poema se corta con algunos versos que parecen interrumpir la descripción para reflexionar, en una digresión calculada donde las palabras intemperie y desierto se repiten pero no buscan empatía con el lector, sino más bien incomodidad. En palabras de Leónidas Lamborghini, autor del prólogo, podría decirse: “Saavedra no escribe para conmover: maneja el temblor. (…) sentidos que ese temblor (que incluye la risa) avanza silenciosamente, nos penetra hasta el tuétano: es el horror de lo cómico“.

Y en ese horror de la carne en descomposición GS no busca un impacto, un efecto determinado, incluso parece tener la frialdad de un profesional en plena autopsia: (…) Me viene lento, como un reflujo,/mi primer año de medicina,/un ejercicio sin horizontes/para un muchacho con inquietudes.(…).

En tanto, en esa quietud que ronda a la muerte de la madre, hay un combate entre la luz tenue del velador y la persona desvelada en el velatorio, entre la descripción de la muerte despojada de artificios y la desmesura de algunas imágenes, en especial los versos escatológicos del tipo (…) la pestilencia de los fluidos/con que mi padre regó a mi madre (…), quizás esa sea la búsqueda de un equilibrio perdido. En palabras de Luis Gusmán, autor del epílogo, “en este combate transcurre, de manera iluminada, el  delicado equilibrio poético de El velador”.

El velador / Guillermo Saavedra – 1° ed. El jardín de las delicias. CABA, 2019.

Biografía

Guillermo Saavedra nació en CABA en 1960. Es poeta, editor y crítico cultural. Ha publicado los libros de poesía Caracol (1989), Tentativas sobre Cage (1995), El velador (1998), La voz inútil (2003), Del tomate (2009, con ilustraciones de Eduardo Stupía), Treinta y tres tristes trípticos (2015, con fotografías de Daniel Caldirola) y Diario de viaje de Pretty Jane (2016, en colaboración con Liliana Heer), además de tres libros de poesía para niños y una recopilación de entrevistas con narradores argentinos: La curiosidad impertinente (1993). Su poesía ha sido traducida al portugués, inglés, alemán e italiano. Dirige la revista de cultura Las ranas.

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