Un héroe resentido con problemas de bebida

El lanzamiento de “El gaucho indómito” de Ezequiel Adamovsky actualiza la clásica disputa acerca del rol del gaucho como emblema de nuestra nacionalidad.

Por Gito Minore

“Si alguien, frente a una hoja en blanco, tuviese que diseñar una nueva nación desde cero y se viera en la situación de elegir los emblemas que afirmaran su unidad, difícilmente optaría por uno como Martín Fierro. ¿A quién se le ocurriría enaltecer como héroe nacional a un resentido con problemas de bebida que asesina sin razón a un compatriota? ¿Asegura la identificación con el Estado un matrero que descree de las leyes y vive en desacato?”

Estas incógnitas, un tanto pendencieras, ofician de disparador para la investigación que Ezequiel Adamovsky lleva adelante y que tiene como protagonista estelar al gaucho.

Si bien, el foco principal de atención se centra en el fenómeno del criollismo que explotó a partir de la publicación de El Gaucho Martín Fierro de Hernández, éxito editorial que catapultó a su personaje central a convertirse en el máximo exponente de la argentinidad; el trabajo ofrece un mapeo del género, desde sus inicios allá por 1810, hasta la apropiación que de esa figura se hace en el período de los gobiernos de Perón.

Sumamente documentado, el libro ofrece un minucioso detalle la historia que atraviesa tan particular ícono popular. El inicio de la poesía gauchesca con el advenimiento de los primeros periódicos impresos, la gravitación política que tuvo dicha poesía en el enfrentamiento entre unitarios y federales, la aparición del Martín Fierro, su proyección en Juan Moreira, el éxito de los folletines que pulularon hasta la década del 20, la función de los picaderos circenses en la propagación del fenómeno. Todo ello contribuyó para la construcción del gaucho como símbolo. Pero un símbolo díscolo e imposible de encasillar en una sola clase social y política. Ejemplo de esto son las diferentes interpretaciones que de su imagen y su legado se hará luego de la década del 10, con la canonización del poema de Hernández, propiciada tanto por Lugones en El payador, como por Ricardo Rojas en su Historia de la literatura argentina. La complejidad del panorama se completa con la publicación de Don Segundo Sombra de Güiraldes y la aparición de los movimientos tradicionalistas y su culto al gaucho manso y laborioso.

De allí en más, su figura será objeto de disputa y rivalidades, entre elite y pueblo, simpatizantes de derecha e izquierda, entre letrados e incultos, siendo para unos ejemplo de libertad y afrenta a la ley, y para otros sinónimo de trabajo y armonía.

Adamovsky (autor entre otros de Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión 1919-2003 (2009) y La marchita, el escudo y el bombo (2016)entre otros), cierra el período narrado en este libro con la llegada del peronismo. El lugar que el gaucho ocupó y los usos que de este se hicieron en su propia imaginería: la vinculación entre este y el descamisado, su transformación en “cabecita negra”, entre tantas transparencias.

Resultan más que atractivos los análisis de casos a los que el autor dedica capítulos enteros, desempolvando las memorias de nombres claves para entender el entramado, como el payador Martín Castro y el folklorista sanjuanino Buenaventura Luna.

El gaucho indómito trae al presente una vieja discusión y la actualiza con el aporte de nuevas fuentes y un enfoque claro. Vuelve a poner en tela de juicio a este emblema imposible de la nacionalidad, tan ambivalente, tan nuestro en definitiva.

Una invitación a su lectura, una buena síntesis de su pensamiento, es lo expresado en esta breve cita tomada de la página 211: “la voz y la figura del gaucho fueron usadas para llamar a la obediencia como a la subversión, al orden patriarcal tanto como a la rebeldía, a la identificación con las clases altas tradicionales, tanto como a la lucha contra ellas”

 

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