Los soñantes (Paradiso, 2019) es la última novela del prolífico escritor y periodista Augusto Munaro. Una novela escrita desde los sueños, el delirio constante e incontenible es narrado como en una eterna epístola a su amada Malena.
Por Boris Katunaric
Si los sueños tuvieran una continuidad, si al dormir el sueño que dejamos plantado la noche anterior fuera retomado en el punto exacto en donde lo dejamos, no viviríamos entre el mundo de la vigilia y el de los sueños. Tendríamos dos realidades en las cuales vivir nuestra vida. En vez de decir me voy a dormir, diríamos me voy a la otra realidad. O tal vez tenga un nombre nuevo, quién sabe cómo articularíamos un lenguaje para ese mundo onírico imparable.
La película Waking life, dirigida por Richard Linklater, nos pone en algo parecido a ese contexto onírico que pensamos, una continuidad visual donde la vigilia está exenta y donde cada cosa que pasa corresponde a una inacabable secuencia de reflexiones filosóficas sobre la vida, la muerte, los sueños y la poesía. En el comienzo de esa película hay un dato curioso (tal vez clave), al momento de la muerte quedan 10 minutos de vida cerebral. ¿Cómo se mide esa cantidad de tiempo cuando soñamos, incluso sabiendo de antemano el peso de lo inconsciente y de lo simbólico en nuestra cabeza? Jung dijo algo así como que el consciente es una pileta y el inconsciente un océano.
En Los soñantes, la última novela de Augusto Munaro (Paradiso, 2019), encontramos algunas de estas cosas pero desde un lugar mucho más sencillo y poético que el del psicologismo. Una narrativa onírica constante. El relato de un largo sueño, una vida onírica transmitida, contada en segunda persona, como una carta o como le contamos los sueños a nuestros amigues, parientes o psicólogues.
El lenguaje sumamente transparente de Munaro nos sumerge en una cantidad de escenas encadenadas completamente delirantes y hermosas. En no más de dos párrafos los personajes pasan de ser un brujo a un psiquiatra lacaniano y de ahí a un prófugo que, ametralladora en mano, huye con una recaudación lo suficientemente importante para poder subsistir dos largos años. Los escenarios mutan constantemente, desde el barrio de Retiro al desierto a al campo o a una ciudad industrial. “De paseos por jardines descriptos como si fuera Proust, a escenas que parecen sacadas de la cabeza de David Lynch. ¿Homenajes? Es probable, pero dislocados, llevados a la máxima potencia del desquicio, como una lengua incontenible con la única pretensión de quebrar la linealidad del tiempo que no existe” nos dice Mariela Laudecina en el prólogo, sintetizando esta peripecia llamada Los soñantes.
El narrador y protagonista sufre de una enfermedad que consiste en ver en todas las personas la cara de su amada Malena, su pareja y coprotagonista y a la vez receptora de la eterna epístola que construye esta novela. Luego es un magnate de la producción de cine en Hollywood y la amada Malena protagoniza un reality show del que luego se descubre que en realidad es un robot. Así se van dando los pasajes altamente poéticos que desembocan en un fraseo del siguiente calibre:
“Me arremangué para recitarte versos tatuados en mi antebrazo derecho. Cuando subí más mi camisa queriendo concluir la lectura, vos te adelanteste recitándolos de memoria. Era evidente, conocías los sonetos spencerianos al pie de la letra”.
Sin embargo la escritora Blanca Lema nos dice en la contratapa de esta obra: “fascinantemente en fuga, la trama nos denuncia el abuso que hace una mujer al matar a su amante sin matarlo, cometiendo así el peor de los ‘masculinicidios’”.
Es cierto que son dos personajes despojados de la posibilidad de morir, cada tanto se matan y reaparecen por la siguiente puerta que es la puerta a otra aventura surrealista. Y hablando de la imposibilidad de morir, cómo no traer ese experiencia existencialista tan oscura que es A puerta cerrada de Jean Paul Sartre. Aquella que nos recuerda que “el infierno son los otros” y qué es sino el hecho de no poder morir, el mismo infierno donde estamos ¿Dónde estamos?
Munaro nos abre la puerta a una experiencia alternativa a la narración clásica, siempre en disputa constante y gran perdedora de batallas. No por nada el mundo de las series funciona. Los argumentos son estructuras cerradas que funcionan en el universo Netflix: sin desmerecerlo, el policial como hegemonía de “lo atrapante” y que desemboca en la voracidad del espectador. Los soñantes nos muestra cientos de argumentos yuxtapuestos que no son otra cosa que una parte increíblemente potente de nuestras vidas. Volvemos a Waking Life y a una escena en el puente de Brooklyn donde uno de los personajes nos cita estos versos de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca: “vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan”. Están advertidos.