La antología de los monstruos, las luchas de peso pesado, el neón de Japón como espectáculo visual: el film quiere y puede. Hollywood, una vez más, captura al ojo del espectador desde antes de que empiece la película.
Por Francisco Pedroza
El 2014 fue un año bueno para el cine, si lo miramos en retrospectiva. Nos dejó grandes títulos: Interestellar, esa película de Christopher Nolan donde el gran Matthew McConaughey navegaba a través del universo buscando algún planeta en el que la vida sea viable; Birdman, con una estética y decisiones de cámara típicas del cine independiente; X-Men: Days of Future Past, tal vez la cinta más bella de la saga de los mutantes; entre algunas otras. Durante ese lapso hubo sagas que vieron el fin, otras que continuaron y otras que comenzaban, casi todas ellas orgullosas de ofrecer tal continuidad al consumidor; pero desde las profundidades de un mar radiactivo estaba naciendo otra. Otro remake de Godzilla abría el camino para el “Monsterverse” (universo de monstruos), escenario del crossover cinematográfico más motivante de los últimos años.
Godzilla vs. Kong llega después de tres películas que transcurren en este universo. La primera fue Godzilla, donde nos revelaron los orígenes del lagarto gigante. En ella vemos cómo un colapso nuclear en Japón despierta a otras dos criaturas llamadas Mutos, y quien les tiene que hacer frente ya sabemos quién es. El segundo film se centró en el monstruo más humano de esta saga, el gorila. Kong: Skull Island nos reveló, al viejo estilo de Apocalypse Now, cómo el chimpancé gigante derribaba helicópteros cual moscas. Doce años después de la cinta de Peter Jackson, el rey mono volvía a aparecer en los cines, y el cambio de tamaño no era lo único shockeante. En el 2005, una mano de King Kong equivalía a media persona, mientras que en esta cinta, literalmente no le llegaban a la uña del pie. La decisión fue correrse de la historia clásica, podíamos ver su hábitat y hasta cómo se bañaba. Pero por sobre todo, el universo se empezó a expandir: se menciona una tal Tierra Hueca y aparecen los “Kaiju”, monstruos abismales que recorren la Tierra y, en una espectacular jugada de marketing, al final aparece el dibujo de Godzilla. Oficialmente se había vuelto una saga en conjunto.
La tercera cinta podría no haber estado tranquilamente. Godzilla: King of the monsters tan sólo es una demostración de hasta dónde pueden llegar los efectos especiales hoy en día. El dragón de tres cabezas, la polilla gigante y el pterodáctilo de fuego funcionaron como una obra de fin de curso mal actuada, muy lindo todo lo que aprendieron, pero era totalmente innecesario. También sirvió como excusa para meter a Millie Bobby Brown en el elenco, claro.
Si queríamos ver la pelea final de estos mastodontes, cinematográficos y corporales, la película en cuestión cumple. Desde el minuto cero es llamativa visualmente, vemos cómo Kong es feliz en su hábitat y disfruta del hecho de ser mono. Enseguida nos damos cuenta de que esa selva con sus cascadas y ríos es una creación artificial para mantenerlo cautivo.
Ahí empieza la presentación del film: dibujos a lápiz, filmaciones viejas y una voz en off, entre otros recursos, nos cuentan cómo encontraron la Tierra Hueca, pero también cómo fueron descubriendo a los “titanes”. Es un bombardeo de información, durante un poco más de un minuto, que deja ganas de que toda esa historia esté bien contada. Claro que remite mucho a las anteriores tres películas, pero ellas están centradas en los monstruos, y sería interesante ver cómo los humanos se desarrollan en este mundo.
Las peleas, que al fin y al cabo son el imán de la película, están muy bien logradas. Los planos con los que eligen mostrarlas marcan una diferencia de tiempo muy clara. Las de antaño mostraban batallas con cámara fija y monstruos de cuerpo entero. En este film hay planos picados, contrapicados, cenitales y hasta planos detalle, lo que es un acierto desde la dirección, ya que da mucha verosimilitud y genera la sensación de estar ahí al lado; en especial en el enfrentamiento de Tokio, donde las luces de neón y los rayos de Godzilla generan un espectáculo visual pocas veces visto en cine. El film quiere y puede: Hollywood una vez más captura al ojo del espectador desde antes de que empiece la película.