1º de Mayo de 1974: la plaza rota
Fue cuando el mayor líder y conductor del pueblo argentino enfrentó en duros términos a esos irreverentes imberbes que gritaban y silbaban y que después, sin mediar orden alguna, abandonaron la Plaza sellando su destino. Creyeron que le vaciaban la Plaza a Perón; y sin embargo, estaban vaciando su propia construcción política con el pueblo peronista que los cobijó todos esos años.
Por Jorge Giles | Ilustración: Nora Patrich
Tuvieron que pasar muchos años para poder decantar racionalmente la derrota de aquel día. Fue cuando el mayor líder y conductor del pueblo argentino enfrentó en duros términos a esos irreverentes imberbes que gritaban y silbaban y que después, sin mediar orden alguna, abandonaron la Plaza sellando su destino. Creyeron que le vaciaban la Plaza a Perón; y sin embargo, estaban vaciando su propia construcción política con el pueblo peronista que los cobijó todos esos años.
Los conducidos y el conductor no supieron, no pudieron o no quisieron esa tarde, apaciguar los vientos de la historia y el viento se hizo un vendaval que anunciaba la tragedia por venir. Se había roto la Plaza y en el despeñadero abierto cayeron, o empezaron a caer, todos los sueños de construir la patria justa, libre y soberana que veníamos acunando. La Plaza rota era el Frente roto, el Movimiento roto, el pueblo roto, el proyecto nacional y popular roto.
Entonces no lo sabíamos; al menos nosotros, los que entonces fuimos los pibes y las pibas de la Jotapé. Éramos protagonistas de esa historia rota y por tanto, sujetos que corríamos desesperadamente por demostrar de manera insolente nuestras razones, sin medir ni sentir el costo de las heridas que el choque fratricida empezaría a provocar. Los dolores vinieron después, cuando ya era demasiado tarde.
La militancia que venía del interior profundo había emprendido el viaje hacia la Plaza un día antes. Mal dormidos y mal comidos, venían de burlar todos los cercos policiales que exhibían la orden estricta y precisa de no dejarnos pasar. Eran órdenes que venían “de arriba”, respondían como toda respuesta ante nuestra insistencia. Los compañeros y las compañeras de los barrios más humildes mostraban su desconcierto y su incertidumbre. “Sólo vamos a ver al General”, clamaban y reclamaban. Asistí, sin querer queriendo, a una feroz discusión de un responsable provincial con un miembro de la conducción nacional que viajaba en la columna con nosotros. El compañero provinciano impulsaba consignas a favor de Perón; el otro, no. La marcha común hacia la Plaza disimulaba la controversia. Pero si pudiera volver al imposible retorno del reloj me metería yo a polemizar a los gritos para que escuchen al compañero que se negaba a chocar con el líder, como presumía iba a ocurrir inevitablemente. Y ocurrió la tragedia horas más tarde.
Recortar y guardar los retazos de las letras sueltas que, una vez en la Plaza, compondrían la propia identidad, nos calmaba las ansias por llegar a la gran ciudad del puerto.
Para entonces ya había sucedido la masacre de Ezeiza y la muerte de José Ignacio Rucci. Ya había sucedido la rotura primera. Ya había sucedido la muerte de muchos militantes y el ataque a tiros y bombazos a nuestras Unidades Básicas. Ya había sucedido el desprecio y el desplante. Seguía sucediendo López Rega, Villar y Margaride y el nido de víboras que conformarían la tres A. Ese día ninguna de las partes supo conducir al conjunto. El líder y conductor que debía evitar el antagonismo y promover la unidad, exasperó su voz y perdió la templanza ante la muchachada que posibilitó su retorno a la patria y al grito de “Qué pasa, qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular”, le reclamaban cambios y “asamblea popular”. Todo mal en esa tarde de insolencia, hastío y soledad.
Doy testimonio de que nadie nos echó de la Plaza; tampoco Perón. Y doy testimonio también que por un instante la conducción política real fueron esos muchachos y muchachas de la gloriosa Jotapé que, ofendidos y tristes por los insultos del balcón de la Casa Rosada, emprendieron la retirada sin aceptar contraorden orgánica ni bajada de líneas que atemperen ese enojo colectivo.
“Aserrín, aserrán es el pueblo el que se va” cantaban los pibes y las pibas mientras llovían sobre sus cuerpos los gruesos palos de madera dura que les tiraban los que se quedaban al grito de “Ni yankys ni marxistas, peronistas”. Todo mal en esa tarde de fractura del campo popular.
“Conformes, conformes, conformes General, conformes los gorilas, el pueblo va a luchar”, se marchaban cantando sin reflexionar, todavía, que ese pueblo con el que se identificaban, era el mismo pueblo de Perón.
¿Pero cómo era estructuralmente el país de los argentinos entonces? Sugerimos enfáticamente leer y estudiar la magistral obra de Eduardo Basualdo: “Estudios de Historia Económica argentina”. Muy a vuelo de pájaro digamos aquí que si bien ya no era el país que había labrado Perón hasta su derrocamiento en 1955, convengamos que el gobierno de su tercera presidencia buscaba avanzar nuevamente hacia una mayor y mejor distribución del ingreso, mayor crecimiento económico, mayor industrialización y mayor cercanía con los países hermanos de la Patria Grande.
Los acuerdos que estableció el Estado a través del Pacto Social con los empresarios de la CGE, Confederación General Económica y los trabajadores sindicalizados en la CGT, Confederación General de Trabajadores, pretendían ir en esa dirección. Fue en ese tiempo que Perón, con Gelbard, rompió el bloqueo de los EE.UU. contra Cuba y estuvo a un paso de concretar un acuerdo con el Reino Unido para recuperar las Malvinas, por ejemplo.
Pero el país era otro, decíamos, porque había sucedido el rápido avance en la instalación de poderosas empresas multinacionales luego de la experiencia del desarrollismo frondicista y porque la oligarquía, eterno enemigo del pueblo argentino, demostraba su ductilidad al adaptarse a los nuevos tiempos, diversificando su presencia en varios terrenos. Eso sí, la vieja oligarquía pampeana siempre estaba al acecho, pese a la errónea caracterización que el conjunto de los sectores internos del peronismo, de derecha a izquierda, hicieron entonces. La demostración más cabal y dolorosa de esta afirmación la tendríamos el 24 de marzo de 1976 cuando esa clase dominante que fundó el país de la desigualdad articuló todas las otras fracciones de clases explotadoras, incluidas las extranjeras, y pasó a degüello toda resistencia nacional y popular.
Con ese Estado más debilitado, Perón buscó asociarse con sindicatos y representantes de la siempre nonata burguesía nacional para implementar su proyecto de nación y subordinando a los sectores hegemónicos de la clase dominante, que seguía siendo, como ya dijimos, la vieja oligarquía de la pampa húmeda. Es un Perón más negociador que el de sus primeros dos gobiernos. Pero se encuentra en el escenario político y social con un nuevo sujeto que había irrumpido años atrás por afuera de todas las convenciones tradicionales: la Juventud Peronista. Esa juventud, más otras juventudes de izquierda que habían nacido al calor del Cordobazo y las puebladas que infringieron serias derrotas a la dictadura, corrían permanentemente el arco de las posibilidades reales de consolidar el proyecto nacional concebido por Perón. Tenían otros tiempos, otras premuras, otros proyectos.
Esas tensiones iban a chocar en algún momento, salvo que todos los actores en pugna hubieran comprendido que el enemigo común era la oligarquía agazapada (contradicción principal, diríamos) y que todas las demás eran contradicciones secundarias a resolver en el tiempo. Pero ni Perón ni las conducciones de las orgas estuvieron a la altura de las circunstancias; se había perdido la dimensión histórica de ese momento. En lugar de hacer lo mejor que sabíamos hacer, que era el trabajo militante en los barrios, acumular y organizar fuerzas sociales, leer correctamente las relaciones de fuerzas en el plano nacional e internacional, respetar el liderazgo y la conducción de Perón, valorar la esperanza y las expectativas de ese pueblo que venía de atravesar 18 años de destierro, en lugar de hacer todo eso y de saber aprovechar los bolsones de libertad para construir poder popular que nos brindaba la democracia con todas sus limitaciones y acechos, fuimos al choque, eligiendo el antagonismo con Perón para resolver nuestras contradicciones.
Este es el meollo de la cuestión mal saldada en aquella etapa y no sirve revestir aquel desencuentro de la historia con nostálgicas ilustraciones épicas que tergiversan y confunden la comprensión de esa experiencia dolorosa. Esa vez algunos compañeros y compañeras lloraron sin disimulos la pena de la plaza rota. Dolían más las palabras descalificatorias del líder, que los palos y las piedras que cayeron sobre nuestras espaldas. Dolía el desconcierto y el abismo político que estaba a la vuelta de la esquina. Dolía el dolor de ya no ser la juventud maravillosa que entregó la vida con el Luche y vuelve y Cámpora al gobierno, Perón al poder. Dolía regresar al barrio y a la fábrica y a la facultad y percibir un vacío en las miradas de quienes hasta ayer nomás nos abrazaban con los ojos sonrientes. Dos meses después, la muerte de Perón nos privaría de contar con la última muralla nacional y popular que detenía el contraataque del poder real oligárquico e imperialista. Y sobre llovido, mojado: también dos meses después de ese gran duelo colectivo, una conducción deshistorizada convocaba al vacío de la clandestinidad justo en el momento que más política junto al pueblo había que hacer. Convicciones y coraje para luchar, sobraban; lo que faltaba era claridad política y conducción. La revancha oligárquica asomaba sus garras. Todo mal.
Ser severos e inflexibles con los enemigos del pueblo, exige serlo primero para con nosotros mismos. Por eso este texto escrito de esta forma para que sirva a la nueva muchachada para andar hacia adelante, nunca para atrás.
El líder que esa tarde les dio una “lavada de cabeza” a esos muchachos y muchachas, según contó Oscar Alende que le dijo Perón saliendo del balcón, era el mismo líder que por la mañana había sentenciado ante el Congreso de la Nación inaugurando las sesiones ordinarias: “Es evidente que las recetas internacionales que nos han sugerido: bajar la demanda para detener la inflación no condujeron sino a frenar el proceso económico y a mantener y aumentar la inflación. Por épocas se bajó la demanda pública a través de la contención del gasto público; se bajó la demanda de las empresas a través de la restricción del crédito, olvidando también el papel generador de empleo que desempeña la expansión de las empresas, y se bajó la demanda de los trabajadores a través de la baja del salario real”. Palabra de Perón.
“Poco nos dirán los impactantes índices de crecimiento global si no vienen acompañados de una más equitativa distribución personal y funcional de los ingresos que termine definitivamente con su concentración en reducidos núcleos o elites que han sido las causas de costosos conflictos sociales”. Palabra de Perón.
“Los medios de comunicaciones masivas se incrementaron, sometidos a los intereses de las filosofías dominantes. Así, dichos medios se convirtieron en vehículos para la penetración cultural. No extraña, pues, que una evolución de la escala de valores vigentes hasta el momento incluya el aprecio por tener y la seguridad”. Palabra de Perón.
“Creo que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobreestimación de la tecnología, y de la necesidad de invertir de inmediato la dirección de esta marcha, a través de una acción mancomunada internacional”. Palabra de Perón.
Esta fue la partitura de Perón esa mañana del 1° de Mayo presentando lo que tituló como “Modelo Argentino”, con la misma melodía que seguimos tratando de tocar y escuchar hoy. A esta partitura le rompieron todos los instrumentos de cuerda y de viento esa misma tarde con silbidos, gritos y palazos. Todo mal.
A esta partitura que hace medio siglo ya nos marcaba el camino de la distribución justa y equitativa del ingreso, del papel de penetración cultural que cumplen los medios dominantes, del alerta imperioso contra la contaminación ambiental en marcha, el sector más dinámico, mítico y numeroso de la Juventud de entonces, le dejó la plaza semivacía. Nada para celebrar.
No se trata de juzgar a destiempo la historia, sino de comprenderla para sacar enseñanzas que nos sirvan hoy. Que estas reflexiones sirvan para alumbrar el camino, es nuestro único propósito.
Ni llorar eternamente por los errores cometidos, ni vanagloriarnos de las hazañas protagonizadas colectivamente, nos servirán para aprender definitivamente que los liderazgos populares se respetan y se defienden, aún en la disidencia parcial con sus políticas. Sólo una actitud serena, comprometida y convencida de que se está caminando junto al pueblo, impedirá que haya nuevas plazas rotas en el presente y en el futuro.
Así con Perón y con Néstor Kirchner, eternamente vivos; y así, ahora, con Cristina Fernández de Kirchner.