Los Soprano: 15 años del final de la serie que cambió el paradigma de la televisión
El 10 de junio de 2007 finalizaba, tras seis temporadas, Los Soprano, uno de los dramas emblemáticos de HBO. La figura del antihéroe, el arquetipo de mafioso y un cambio de paradigma en la narración y en los personajes de las series en televisión.
Por Diego Moneta
Los Soprano, creada y producida por David Chase y HBO, se emitió entre el 10 de enero de 1999 y el 10 de junio de 2007. A una semana del aniversario número 15 del final, recordamos sus aspectos destacados en materia de producción, guion e interpretación, que allanaron el camino para la consagración de tiras posteriores y le valieron premios y mucha audiencia.
Después de 86 capítulos, divididos en seis temporadas, su final generó polémicas, desilusiones y sobreinterpretaciones que, con el tiempo, se fueron diluyendo, mientras la serie se convertía en componente central de la cultura popular y de la industria del entretenimiento en general. En un principio, la trama podría ser considerada bastante común: Tony Soprano (James Gandolfini) es un cuarentón como cualquier otro, en plena crisis de la mediana edad, con problemas familiares y laborales. La única diferencia es que es el jefe de la mafia de Nueva Jersey que, además, después de colapsar en medio de un ataque de pánico, comienza a ir a terapia con la doctora Jennifer Melfi (Lorraine Bracco). A su vez, la narración recorre a personajes cercanos como su esposa Carmela (Edie Falco), sus hijos Meadow (Jamie Lynn Singler) y Anthony Jr (Robert Iller), y su sobrino y protegido Christopher Moltisanti (Michael Imperioli), así como el diverso reparto de su amplia familia y su círculo íntimo criminal.
Durante toda la serie Tony lucha por equilibrar su vida familiar con su carrera mafiosa, pero acumula años de estrés, emociones reprimidas y una infancia complicada. Ese punto de partida arriesgado se fue consolidando con el paso de los capítulos, a pesar de variaciones cómicas estrenadas en paralelo, como Analizame. Poner en escena grietas en la fortaleza mental del protagonista, en medio de un relato costumbrista, se volvería un cambio revolucionario para las series de televisión.
Tras ser rechazada por otras cadenas, desembarcó en HBO y marcó el inicio de una estrategia comercial basada en la calidad, que daría paso a otras producciones como Six feet under, Band of brothers y The wire.
Chase llevaba unos extensos veinte años como guionista, en series como The Rockford Files o Almost Grown, y ya había cosechado dos Premios Emmy. El objetivo era aplicar su propia dinámica familiar a los mafiosos, basándose en su vida personal y sus experiencias creciendo en Nueva Jersey, para explorar temas como la naturaleza de la violencia y la identidad ítalo-estadounidense. A su vez, en gran medida, se inspira en Los DeCavalcante, principal referencia en el crimen organizado durante su juventud, y se nutre del aporte de asesores contratados, que explicaron entramados económicos, y voluntarios— desde el inicio algunos capos contactaron a Gandolfini para contar peripecias y recomendar movimientos—.
Tal como se mencionó, el reparto es uno de los elementos más destacados. Muchos son de ascendencia italiana y habían coincidido antes en Goodfellas o Mickey ojos azules. El elenco de la primera temporada, con unas pocas excepciones, era desconocido, lo que los llevó a ganar notoriedad. Son personajes con arcos evolutivos silenciosos, en los que hay mucho más detrás de lo que se ve en la planificación detallada de las escenas. En ese andamiaje, el tratamiento de la mafia destila un sentido del humor, por momentos una comedia de situación, que no corresponde con lo esperable del género hasta ese entonces.
Sin dudas la estrella es Gandolfini, quien a sus 37 años todavía esperaba su oportunidad de ser protagonista. Tras un fallido primer casting, urdió un Tony tridimensional, con claroscuros y resquicios. Un patriarca poderoso y a la vez arrasado por necesidades insatisfechas. Su papel enalteció la dignidad del actor televisivo, visto como una caída en el prestigio; su imagen de mafioso completó la trilogía de los tipos ideales— junto a Al capone y Don Corleone—; y su figura del antihéroe, antes poco común, hizo posible un arquetipo de masculinidad y ambigüedad moral necesario para mejorar las narrativas. Un personaje tan complejo como predecible, una de las grandes interpretaciones de la historia.
En la serie, la música no sólo recrea determinados ambientes, sino que aporta significación a través de las canciones. En ese marco, la apertura apuesta a diferenciar Nueva Jersey de Nueva York, donde se ambientaban la mayoría de los dramas. Los Soprano cambió a su vez el uso del DVD— que HBO se resistía a implementar por temor a una baja en suscripciones— y el lenguaje televisivo— de trece episodios bajo la lógica de “una película de trece horas” en cada temporada— con escenas tan gráficas como profundas. Una estética sumamente realista, desprovista de parafernalia, donde todo aparece crudo en pantalla.
La vida de Tony se desenvuelve entre la familia, la mafia y la consulta psicológica como entornos principales. Si héroes y antihéroes no piensan mucho en sus problemas, Tony rompe esa regla y, por consiguiente, con el silencio como valor del código de honor siciliano. La psicoanalista es un personaje clave, sin ella hablaríamos de una serie más. Es la apertura a una televisión “freudiana”, donde un villano también es un ser humano. Melfi sabe que es un mafioso pero, entre enfrentamientos y cierta atracción sexual, le ofrece refugio. Desde el sillón, Tony se vuelve vulnerable en un mundo que él mismo ayudó a crear. Se torna necesario conocer su fuero íntimo para que diversas situaciones cobren significado definitivo.
Las narraciones de sus sueños son las escenas más logradas, antecedente directo de lo hecho en The leftovers o Bojack Horseman. Están cargadas de un fuerte simbolismo y de sentimientos que él ignora o reprime. En ese camino, y a nivel general, se construye la enorme hipertextualidad referida a El padrino, Scarface y la mencionada Goodfellas. Un escenario de promesa eternamente incumplida que, lejos de ofrecer sentido a su vida y, entre identidades caóticas creadas, funcionará a modo de cliffhanger. La terapia es el eje narrativo en pos de un universo tan fragmentado y complejo como el propio protagonista.
Los Soprano es una mirada sobre la familia— doméstica y criminal—, a través de un foco sucio y sinvergüenza del crimen que le otorga personalidad, englobando distintas temáticas sin dejarnos olvidar que es un relato sobre la mafia y sobre su época.
Si Seinfeld se trataba de “nada” para conformar una visión del tedio existencial y el cinismo de fin de siglo, Los Soprano muestra los hilos argumentales de su análisis de la condición humana. Aprovecha, en tiempo real y de forma lineal, los sucesos de Estados Unidos— el 9/11, la relación Lewinsky/ Clinton y situaciones de machismo, homofobia y racismo— para deconstruir la sociedad capa a capa. Es lo adecuado a nivel moral y espiritual versus la hipocresía de la vida del protagonista, infiel, ludópata, violento e intolerante. Sin los dilemas de Tony no existirían Walter White, Don Draper, Bojack ni Rick Sánchez.
Esa ilusión de empatía, que circula por los límites éticos a riesgo de humanizar demasiado, sirve como parámetro de la confianza en el espectador para diferenciar las personas de sus actos en la exploración de esa dualidad de ser capaces de matar y tener una vida normal. Los Soprano relativiza esa condición universal para ahondar en entornos, ambientes y tradiciones. Busca encontrar respuestas para saber qué permite esa coexistencia.
La serie representa el discurso público cínico, nihilista y antiemocional. Evidencia las vergüenzas de la unidad familiar como luego haría American Beauty. Entremezcla la sociedad capitalista y corporativista con una organización criminal histórica, y ahí reside su identidad. Nunca dejó de interpelar a la audiencia. El fiasco de su esperada precuela— también disponible en HBO Max— no opaca su éxito ni le hace perder actualidad. Los Soprano fue la primera gran serie del siglo XXI y posibilitó la impronta que disfrutamos hoy.