Este año celebramos agradecidos los 40 años del retorno de la democracia, y volvemos a decir Nunca más a su interrupción, ello trajo mucho sufrimiento a nuestra Patria. Con la vuelta de la democracia se generó un vendaval de esperanza. La democracia podía resolver los problemas concretos de la gente, se volvería a vivir con dignidad.
Cuatro décadas después, constatamos que algunos de esos sueños siguen pendientes y es oportuno recordarlos. Hoy vemos que la brecha con los últimos se agranda. Hay al menos 40% de pobres, la mitad de los trabajadores sin derechos, precariedad en el acceso a la vivienda. Hay barrios enteros donde sus vecinos resisten como pueden al narcotráfico, que amenaza llevarse su tesoro más preciado, sus hijos e hijas adolescentes. Hay miles de personas viviendo en la calle, y sabemos bien que la calle no es un lugar para vivir. Se respira un ambiente de resignación, de conformismo, como que esto es así y no se puede cambiar, o tal vez lo que es peor aún, la aceptación de la idea de que algunos nacieron con más derechos que otros.
El anuncio del Evangelio de Jesús, nos invita al compromiso por el otro y a apostar por la vida comunitaria. ¡Cómo olvidar la cercanía de Jesús con el ciego Bartimeo, un descartado al borde del camino de la vida: “¿Qué querés que haga por vos?” (Lc 18, 41)! ¡Cómo no dejarse interpelar por su exigencia con los apóstoles delante de una multitud hambrienta: “denle ustedes de comer”(Mt 14, 16)! Ahí nos paramos, y desde allí afirmamos que los derechos humanos hoy son ineludiblemente derechos sociales. La democracia no debe dejar a nadie afuera, debe incorporar a todos, especialmente a los rotos, hacerles lugar. ¡No dejemos que nos roben esa esperanza!
Muchas veces vemos a las dirigencias de diversos ámbitos desconectadas de la vida concreta de las mayorías, envueltas en internismos, buscando ocupar espacios de poder. No abundan las propuestas concretas que expresen vocación de transformar, de imaginar un sueño que ayude a poner de pié y caminar tras de él. Las y los más pobres se volvieron casi invisibles para la agenda política y mediática, cuando no son objeto de declaraciones insensibles que denotan violencia y aporofobia.
Siguiendo la “Fratelli Tutti” del Papa Francisco, afirmamos que es imperiosa una política de fraternidad y amistad social arraigada en la vida del pueblo. Sobre todo se trata de encontrar mecanismos para garantizar a todas las personas una vida digna de llamarse humana. Por eso valoramos profundamente la vocación política, la política como servicio, que abre cauces nuevos para que el pueblo se organice y se exprese. Una política no solo para el pueblo sino con el pueblo, arraigada en sus comunidades, y en sus valores, también los religiosos.
La principal herramienta de transformación que tiene el que gobierna es el Estado. En las villas o barrios populares necesitamos de una presencia inteligente del Estado, de un Estado emprendedor, pero sobre todo de un Estado que entre en la lógica del cuidado de los más frágiles. Es verdad que hay algunas políticas que se vienen enfocando en este sentido, como las vinculadas a la integración socio-urbana de los barrios populares o los programas de abordaje comunitario de las personas que padecen adicciones, pero entendemos que resultan insuficientes. La pobreza no es solo escasez de recursos materiales. El lazo social que se rompe en las crisis no se recupera automáticamente en tiempos de bonanza económica. Para revertir las heridas de la crisis, la violencia, la vida en calle, la marginalidad, la adicción, las fatales consecuencias de la desesperanza, la falta de educación, no solo se necesita dinero, sino también poner mucho el cuerpo y mucho tiempo. Urge consolidar y profundizar los programas de cuidado, que organizan la comunidad para la reconstrucción del tejido social. Para abordar la pobreza multidimensional hay que profundizar estos caminos: techo, tierra, trabajo y reconstrucción de la comunidad. Otra vez el pueblo argentino debe volver a saber que es posible alcanzar una tierra para trabajar, para construir un techo y así cuidar de una familia. Debe redescubrir el camino de la educación como la mejor política de seguridad. Debemos recuperar el cuidado de las infancias, respetar a los abuelos y abuelas, cuidándolos, y aprendiendo de su sabiduría de vida.
En definitiva en este tiempo electoral el resumen de lo que queremos expresar es: No se olviden de las y los pobres.
Que la Virgen de Itatí a quien hoy celebramos, nos inspire los caminos para cuidar la fragilidad de nuestro pueblo.
9 de julio de 2023.