Por Marina Zato
Compañeros de Sandra y Rubén, los docentes que murieron luego de una explosión de gas en una escuela, realizaron un acampe frente al Consejo Escolar.
Viernes 7 de septiembre a las 20 hs. Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Sui Géneris se hilvanan en un escenario al aire libre de guitarra y micrófonos compartidos. Las luces para la estrella de cada canción las ofrece el patrullero de la policía en la esquina de Mitre y Victorica, en el Partido de Moreno, donde muchas cosas no llegan, incluyendo el Estado. “La gente y la música tapan un poco la amargura y la tristeza de todo lo sucedido, ¿no?”, reflexiona Juan, militante de ATE.
“Pasá, ponete cómoda”, es la bienvenida a la familia tras cruzar la puerta de gomas de autos dispuestas en el suelo. Rayuelas, “La educación es un derecho” y “La calle es nuestra” constituyen la alfombra de bienvenida. De madera, de plástico o de cemento: a pocos centímetros del suelo no faltan asientos para nadie. “El living es grande” y abierto para invitados. Constantemente llegan hermanos y hermanas, primos y primas, tíos y tías. “¿Quién era?”, desliza uno por ahí. ¿Importa? Todo recién llegado es familia.
El cancionero popular se sucede y el viento sopla leve, acercando el olor de los choripanes que tienen a un gran grupo de personas con las manos a la obra. La familia se divide en grupos por mesas, o alrededor de la guitarra, en la carpa unos pocos y el equipo del asador en el área de la cocina. ¿Quiénes vienen? ¿cuántos somos? Empiezan a llegar, como ese tío lejano tan esperado que trae las mejores anécdotas. La comida alcanza – se ahorrará un poco – porque alcanza la alegría de más compañía. El chori es popular y no discrimina: ¡estás! ¡viniste! ¡tomá! Entre agradecimientos recíprocos.
“El baño está en la Petrobras de en frente, porque no conseguimos los guantes para limpiar los químicos que nos trajeron”, se lamenta Susana, casi con vergüenza por las condiciones de la casa en que recibe a los invitados. “No queda otra que ir allá”, se disculpa.
El recorrido de la visita por la casa finaliza en el interior de la carpa. Habitación de tela que acerca los cuerpos cuando el frío azota, cuando la lluvia moja la única muda de ropa y cuando el miedo y el tiempo no doblegan. A la izquierda, afiches y carteles realizados por estudiantes de escuelas e institutos. A la vista la cinta que pretendiera mantenerlos sujetos, la única que no ha resistido el golpe del viento.
Sin embargo, al entrar, se destacan especialmente dos presencias. Presencias en la foto y en la tristeza, presencias en la lucha y en la resistencia, presencias en las voces que se quiebran y en los párpados que bajan a media asta ante el nombre y el recuerdo, ante el dolor y la injusticia. Las presencias de Sandra y de Rubén, muertos por la irresponsabilidad de la gestión de la provincia de Buenos Aires el 2 de agosto de 2018 en su lugar de trabajo y de compromiso: la escuela.
La foto de Sandra se hace rápidamente visible en la pared derecha de la carpa. Llama la atención su sonrisa blanca y la paz de su mirada en compañía de su hija. A su lado, los dibujos que los chicos que pasan por el acampe van dejando, por entretenimiento y homenaje. “A Sandra la querían mucho los chicos. Cuando iba a la escuela, se paraba en la entrada y todos, todos los chicos la abrazaban; la adoraban”, cuenta Juan, con la voz apagada y melancólica irreconocible para quien una hora atrás cantara “¡truco!” para pasar el tiempo, que no pasa.
Por su parte – y en el centro de la habitación/dormitorio/refugio del frío – Rubén se hace presente frente a los invitados, frente a los que desconocen, frente a las piernas que tiemblan y hacen fuerza para no desistir. Con mirada fuerte que interpela y hiela la sangre del débil, Rubén traspasa la imagen y dice ¡seguí luchando! En su pechera blanca con el logo de ATE sobre su camisa cuadrillé celeste se lee “Fortalecer el Estado para liberar la Nación”. Ese Estado, hoy vaciado, desfinanciado, gobernado por la desidia, que le costó la vida.
Pasan las horas, los cierres de las camperas empiezan a subir y cada vez más cabezas son tapadas por capuchas. En la carpa todos son bienvenidos y el mate – Superhéroe ante el frío – hace a todos amigos. “Somos muchos, hoy es una noche atípica” cuenta Luis, referente de ATE, quien asegura que, en pocas horas, a partir de las 2 a.m., se podrá observar una merma considerable en la cantidad de gente. Y tuvo razón. Desde las 12 y sin calabaza se reducen los brazos entre los que compartirse calor.
“Hay gente que no ve las cosas que pasan adentro, las necesidades, las angustias… Hay noches en que los compañeros no tienen ni para comprar un cigarrillo, pero no por ser de noche o hacer frío podemos irnos” cuenta Luis, quien continúa: “el acompañamiento de la comunidad es extraordinario, pero hace 34 días que estamos acá y nos han agarrado días de frío y de lluvia”, refiriéndose al acampe en el Consejo Escolar de Moreno iniciado en la noche del 4 de agosto, tras el robo de documentación conservada en este, posterior a la explosión que robara la vida de sus compañeros. “A veces es difícil sortear la soledad de la noche […] me duele saber que casi no veo a mi familia, a mis hijos, y a mi nietito cuando lo veo en general está dormido”, finaliza.
A medida que las horas pasan, las presencias merman y el mate se torna más necesario que deseado. Los autos pasan por al lado y de a ratos se observa el desfile de los y las jóvenes que se dirigen al boliche cercano. Nadie se percata, nadie baja la velocidad. ¿Estamos? ¿existimos? Una pared invisible separa la “realidad” en movimiento alrededor, de estas escasas presencias naturalizadas, normalizadas. Donde el tiempo pasa a cuentagotas, la resistencia es un sostén que mantendrá en su lugar las paredes de este living popular, ampliado luego con cada nueva salida del Sol, que atraerá nuevamente el acompañamiento y la alegría de la comunidad de Moreno, que, 36 días de la explosión de la Escuela Nº49 y sin clases en las escuelas públicas del Partido, eligen la seguridad de los chicos. En este sentido se manifiesta Gustavo, referente del acampe, quien sostiene: “tanto los docentes como los padres, madres y la comunidad en general preferimos a los chicos vivos, aunque tengan que seguir fuera de las aulas”.