Por Franco Muñoz
“Redoblé mi atención y di espacio a más preguntas que eran necesarias para intentar comprender a Pichón, una trabajadora sexual única en su clase”.
El diálogo que tuvimos con Pichón Reyna fue revelador de muchos temas que molestan o ponen incómoda a la sociedad: trabajo sexual, sindicalismo de las putas y su realidad laboral. A medida que nuestra charla avanzaba, más interrogantes tocaban la puerta desde adentro del clóset. Como en un triatlón informativo, toda la información que Pichón emitía le daba varios metros de ventaja y debía hacer esfuerzos sobrehumanos para no quedarme atrás en esa carrera. Redoblé mi atención y di espacio a más preguntas que eran necesarias para intentar comprender a Pichón, una trabajadora sexual única en su clase.
Sexualidad desde la Ciencias de la Educación
Para su última materia del Profesorado en Ciencias de la Educación Pichón planteó un proyecto de educación sexual para con y desde las putas, y a través de él redescubrió numerosos temas. Al momento de hablar de educación, lo primero en que se piensa es escuela y pensar escuela y trabajo sexual es un problema particular. Por dar un ejemplo, cuando una madre le comenta al resto de mamás del jardín de infantes que es trabajadora sexual, el estigma aparece de inmediato: “Dentro de la educación, una de las mayores violencias tiene que ver con el estigma para con las putas y sus hijxs. Es algo que se sufre un montón. A todas les ha pasado”. Otro caso igual de repudiable se da al momento en que una puta pretende entrar al sistema educativo. Allí la discriminación se hace carne y Pichón concluye que las putas no sólo no pueden ser educadas, sino que tampoco pueden ser educadoras: “Si estás pensando en que vas a educar de forma evangelizadora, el estigma va a seguir. Cuando tenés miedo de que las putas estén en las instituciones educativas enseñando o siendo enseñadas, tenés miedo que el deseo entre ahí”, asevera. Ella entiende a la educación como un encuentro en el que se producen acontecimientos y saberes, por lo que ve que las diferentes posiciones sobre educación sexual sólo rondan lo médico y jurídico, no buscan ese encuentro de saberes ni tienen en cuenta a las putas, al deseo y a las sexualidades: “Mi pregunta es ‘¿Qué pasa que hablamos más de prevención que de sexo y deseo?’ Porque parece que la puta no puede ser enseñada porque es puta, porque no va a aprender, porque está pensando en pija todo el día. Y menos puede enseñar porque ¿qué puede saber una puta? El miedo es a que entren el deseo o la sexualidad, estrategias que para mí son mucho más interesantes para la educación sexual”, declara.
Discriminación laboral
Pichón me confirma a través de ejemplos personales lo que yo presuponía: la discriminación con las putas también está al momento de buscar otro trabajo. Una de las primeras barreras con que chocó fue con quien iba a ser su directora de tesis. Pichón participaba de un proyecto de extensión sobre filosofía con niñxs y, a raíz de una serie de discusiones políticas y pedagógicas con su directora, ella le retruca que no podía ser docente y trabajar de lo que trabajaba: “Me dejó de dirigir la tesis y me expulsó de los proyectos académicos que teníamos en común. Le dije angustiada que era una entrada de dinero que necesitaba, que me siguiera firmando todos los meses como que me dirigía la beca y buscaba a otra persona. Tenía un malestar muy grande y no quise volver a la universidad por mucho tiempo: era un espacio donde me sentía expulsada”.
Hace unos meses la exclusión laboral volvió en situaciones confusas. Pichón encontró trabajo como Docente Auxiliar Integrador (DAI) en una escuela católica con una nena de cinco años con Síndrome de Down, lugar en el que sólo estuvo unos días: “Duré una semana. No sabían que era puta ni gay pero la discriminación y la exclusión operan así. No te echan del trabajo por ser puta. No te van a decir por qué: simplemente lo hacen”.
Posteriormente, consiguió laburo con otros niñxs: en la mañana laburaba con un pibe con autismo y en la tarde en una escuela pública con un chico que tenía un cuadro de atención dispersa, ataques de ira y otras patologías. Gracias a Pichón, en dos meses el niño pudo escribir su propio nombre en un cuaderno y desplazar sus ataques de ira. Sin embargo, la docente del niño se quejó ante el equipo interdisciplinario porque no sabía qué hacía con el nene, por lo que el equipo le expresa que la docente creía que tocaba al chico. Pichón responde que, frente a las crisis del chico, se iban al patio y lo hacía jugar, de manera que descargara energías y pudiera volver al aula. En esos momentos había profesoras y porteras que lxs veían, pero a pesar de ello, a la semana la echan: “La discriminación que sufrí en esos espacios no se midió por mi trabajo. Tampoco sé con certeza si me echaron por puta. Me pueden haber echado por feminista o marica, pero para mí lo que operó fue el pánico moral y sexual: esta persona, con estas características de vida, no puede trabajar con niñxs. Menos, educarlos. Ese pánico se activa en docentes disidentes, no binarios o trans. El miedo al abuso aparece y el pánico está construido por las feministas y sus legislaciones. Pero cuando una niñez dice que quien lo toca es el tío, se convierte en el secreto familiar. Ahí es donde deberían llegar las feministas, no a la persecución y criminalización de docentes disidentes”, destaca.
En la catarata verborrágica de Pichón nada ni nadie es sagrado y una de las protagonistas de sus enojos son las abolicionistas: “Las culiadas todo el tiempo dicen ‘Ay, sí, salgan a buscar otros laburos’. Y el sistema que ellas han producido hace que cuando buscamos otros trabajos, no nos acepten. ¿Por qué? Porque sos puta ‘¿Andas chupando pija y después andás trabajando con un niñe?’ Y literal lo piensan. Las abolicionistas te dicen ‘¿Cuántas pijas cogiste anoche?’, ‘Cogés con treinta hombres por noche’. ¿Y eso significa que al otro día no puedo educar un niño? El sistema es tan perverso que encima que vos querés buscar otro laburo, no te lo permite. Construyen un discurso en el que somos pobres víctimas o perras sin alma”. Contundente.
Opiniones sobre el lenguaje inclusivo
Para Pichón el lenguaje inclusivo es una herramienta necesaria tanto para los medios de comunicación como para la academia debido a que ayuda a visibilizar a personas históricamente excluidas: “¿Qué hace que no exista un lenguaje inclusivo? Que aprendas a ser invisibilizada. Si no sos nombrada, no existís, porque lo que no se nombra no existe. Por ende, no tenés voz para nombrarte”.
De todos modos, Pichón no se acomoda en esta posición y la critica cuando no se piensa en a quién se dirige. En muchas ocasiones el lenguaje inclusivo se convierte en moda y en algo academicista que, lejos de incluir, excluye: “He tenido compañeras feministas que le exigen a una trava precaria y pobre, a personas muy chicas o que no pudieron acceder a los mismos bienes educativos a los que una pudo que les digan todes. Ahí el lenguaje se convierte en una herramienta del poder”.
Pichón aclara que por esta postura ha sido cuestionada y sostiene que las críticas son típicas del esquema sarmientino de Civilización versus Barbarie: “Quizás la piba trans que labura a un par de cuadras de acá no es discriminadora y no utiliza el lenguaje inclusivo porque no lo sabe o porque para ella no va a ser beneficioso. Exigirle a alguien eso es caer en una lógica yuta. Joya que tengas esas categorías, pero ponelas en la academia. Lo usan para medirse el nivel del clítoris”, remata.
Transfeminismo
Las posturas ideológicas de Pichón se ven atravesadas por múltiples posiciones políticas y filosóficas, entre las que destaca el transfeminismo. Con él intenta interseccionar las líneas molares de Deleuze como género, sexo, sexualidad, deseo, clase, etnia, espacio geopolítico, cuerpo, corporalidad, usos de la corporalidad y usos reflexivos del placer, un planteo tan rico como complejo en que Pichón abarca todas las expresiones de femeneidad y masculinidad no hegemónica: “El transfeminismo no es decir ‘Me pasa esto por mujer’: te pasa porque sos pobre o rica. ¿Viste esa muletilla de muchas feministas de ‘Las mujeres estamos confinadas al espacio privado’? Nunca viste una pobre en tu vida y se nota. Las que son ricas y de clase media están en la casa. El resto estamos hace tiempo en el espacio público. Lo que pasa es que nos enseñaron es hacer trabajo gratis”. ¿En qué trabajan gratis todas las expresiones de las que habla Pichón? Criar hijxs, cocinar, contener a la familia y una extensa lista que la llevan a ir más ás allá: “Para mí mover el orto es político, así como pensar en otros deseos y sexualidades. No me refiero solo a la dilatación sino también al ejercicio y práctica cotidianas en la hacemos eco de nuestra política feminista. Se trata de pensar el cooperativismo, la autogestión y las formas materiales de sostenernos”.
Esas ideas también la llevan a replantearse su trabajo y militancia y se niega a hacer militancia gratis. Es jugar a favor del patriarcado y el capitalismo: “No hablo de que paguen por militar (que tampoco me parece negativo). Hablo de las redes y acompañamientos que hacemos a las compañeras que ponen su cuerpo y tiempo en el activismo. Más de una vez vi pibas en situaciones económicas difíciles y que su partido u organización les pida más activismo, cuando no llegan a fin de mes y su espacio político no sostiene esas existencias”.
Las acciones de Pichón tienen que ver con cómo todas trabajan y viven sus cuerpos, en poder pensar placer, deseo y sexualidades y que el deseo es político porque está construido y puede deconstruirse: “La mayoría no tenemos orgasmos o aprendemos a vivir sin ellos. Todo este planteo tiene que ver con intentar habilitar discursos donde nuestros deseos, sexualidades, experiencias deseantes y sexoafectivas puedan ser más expandidas y podamos también involucrar al propio cuerpo, el cuerpo de otres y otros artefactos. Mi activismo está ahí”.
¿Cómo vive su sexualidad Pichón?
El trabajo sexual le mostró otras perspectivas a Pichón respecto a las sexualidades. En primer lugar, le pasó lo que sucede en cualquier trabajo: se hizo rutina. En segundo lugar, empezó a coger con ella misma de otras formas: “Coger para mí puede ser estar acostada viendo una serie con un amigue que me abrace y me haga mimos y capaz ahí tengo un orgasmo más potente que en una orgía”. Otra cosa que revaloriza es el dinero como fetiche en una relación sexual, un tabú que en otras situaciones sociales está naturalizado: “A cierto activismo le incomoda el dinero (como si pudieras luchar contra el capital sin el capital). Al sentido común le espanta la idea de placer y dinero, pero la gente se casa para tener familia, obra social, alquilar una casa, tener vacaciones y todo lo que la heteronorma dice. La diferencia del mercado sexual son los contratos que nosotras hacemos y que disienten del matrimonio o la monogamia tradicional”.
Asimismo, en su vida privada hay personas con las que garcha sin cobrar. Haciendo un repaso de su vida sexual, reconoce que de pendeja no cobraba y se quedaba con el corazón y la billetera vacías y con el tiempo eso cambió: “Dejé de coger sin que haya una transacción clara. No te cobro, pero llevame al cine. Basta de ser la boluda que te dice que sí a las 5 de la mañana. El trabajo sexual me hizo empoderarme sexualmente, sobretodo al momento de vivir mi sexualidad y habitar mi cuerpo”.
Apertura sexual
En sus comienzos de activismo queer Pichón pensaba que la lucha sexual estaba en una mayor libertad. Sin embargo, al ver cómo el mercado explota la sexualidad, pone en tensión esas ideas: “De repente se pone de moda ser puta, hacer un programa con mucho sexo, drogas y gente punky. A nivel macropolítico termina construyéndose, como pasa con el lenguaje inclusivo, una herramienta del poder en la que solo se muestran ciertos placeres y sexualidades”. Frente a esa realidad, Pichón siente que las respuestas pueden estar en coger con otros cuerpos y buscar otros placeres. La heterosexualidad como régimen define qué órganos son sexuales y cuáles no, por lo que una experiencia colectiva puede ayudar a combatir el capitalismo y la xenofobia: “En vez de dar una charla sobre negritud es más eficaz coger con negros sin fetichizarlos. Animarse a coger con gordxs en vez de hablar de lo bajón que son los estereotipos de belleza. Cuando pienso en liberación sexual pienso en construir espacios de sexo colectivo. Si llegara a suceder eso podríamos de maneras mucho más eficaces derribar el capitalismo, la heterosexualidad, la misoginia y el patriarcado. Sueño con un orgasmo libre, colectivo y popular”.
Otro de los casos polémicos que Pichón nombra desde el trabajo sexual son las fantasías, situación que el abolicionismo critica y Pichón sostiene: “Muchas abolicionistas empiezan a hablar de ‘Ay, los cuidados en el sexo, el respeto por el otro’. Y yo lo primero que pregunto es ‘¿Y vos, con tu pareja, ¿cómo cogés?’. Porque no me digas que no te gusta que te agarre de los pelos, te de una nalgada y te diga puta de mierda. Bueno, juguemos con eso, lo apropiemos y entendamos que hay un consentimiento. Si empezamos a pensar desde el consentimiento va a ser mucho más fácil derribar la cultura de la violación y el patriarcado que dando charlas o escrachando gente”, declara.
Feminismo por fuera y por dentro
Pichón desconfía de cualquier paradigma y otra de sus preocupaciones está dentro del feminismo. Desde su masificación siente que ha aparecido un deber ser feminista, graficado en el ‘comisariado feminista’. Cuando empezó a militar con las putas, ellas le comentaron que sus enemigas eran la policía y las feministas, confesión que molestó a Pichón pero que luego comprendió: “Cuando hablaron de abolicionismo me di cuenta que mujeres que se dicen feministas trabajan por políticas para sacarnos de nuestros lugares de trabajo, arrojarnos más a la clandestinidad y darnos trabajos más feminizados como coser, tejer o cuidar enfermos. Trabajar con la concha, no. Ahí se construye ese deber ser. Pensar un feminismo sin las intersecciones que tienen los cuerpos geográficamente, geopolíticamente, con la etnia, la raza, la clase, el lenguaje, es caer en una doctrina”.
¿Qué hay respecto a los escraches? Para ella muchas de esas acciones excluyen cuerpos (acosadores o violadores) de sus espacios para colocarlos en la cárcel. Los violadores son sanos hijos del patriarcado y para Pichón es esencial no caer en un Vigilar y Castigar: “Hacer una cacería en la que las nuevas brujas son portadores de pene es volver a lo mismo. Cada vez que hacemos un escrache, revictimizamos más a la víctima. La reacción general es ‘Ay, te acosaron, lo escrachemos’ ¡No! Callate y escuchá a la compañera a ver qué le hace falta. Dejemos de creer que el punitivismo, la cárcel y la justicia van a ser la respuesta. La respuesta es la organización desde las bases, entre compañeras y la construcción de autodefensa”. Y como un embudo, toda la conversación lleva a Pichón a una conclusión concreta: “Que tu accionar no sea escrachar sino potencializar otros placeres y deseos, otra imaginación respecto a qué puedo hacer: animarse a estirar los límites de lo pensable. Sino vamos a caer en un feminismo en el que somos un montón de enojadas que nos odiamos entre nosotras y odiamos a otrxs. Me da mucho miedo que con todo esto el feminismo se troskice”, cierra.
Esta entrevista fue la más compleja y reveladora que tuve en mi tiempo como periodista. La idea de charlar con Pichón me persiguió antes del trabajo y el proceso de darle otra forma fue costoso: había que sintetizar toneladas de información y el tema fue, es y será difícil. ¿Cómo salir airoso de ese laberinto? A través de la curiosidad, de no perder la capacidad de asombro y ser empático. Porque en estos momentos en los que la oralidad es amordazada y tapada con basura diaria, que La Pichona la haya hecho voz pese a todo la convierten en revolucionaria. A ella y a todas las que caminan a su lado.
Primera parte de la entrevista a Pichón Reyna: http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/pichon-reyna-referente-de-cultura-diversa
Agencia Paco Urondo