A partir de recuerdos de infancia y estableciendo semblanzas particulares, Blas Eloy Martínez construye un relato autobiográfico que tiene como eje las influencias en su vida de Juan Domingo Perón y de su padre, el reconocido periodista y escritor tucumano, Tomás Eloy Martínez.
Visitando recuerdos de infancia y estableciendo semblanzas particulares, Blas Eloy Martínez construye un relato autobiográfico que tiene como eje las influencias en su vida de Juan Domingo Perón y de su padre, el reconocido periodista y escritor tucumano, Tomás Eloy Martínez. Entre Perón y mi padre es un documental personalísimo que encuentra en aquellas viejas cintas de sonido magnético que el autor de La novela de Perón grabara durante cuatro jornadas en Madrid, a principio de los años 70, su hilo conductor.
El vínculo de Blas con el peronismo, a contramano del pensamiento de Tomás, forma parte de ese “entre” que propone el título y que se atiesta de espectros diversos, relacionados con un tiempo pasado; con el exilio, con la paternidad a distancia y con lagunas de la memoria que se completan de una manera o de otra, sea con archivos propios o con fragmentos de películas clásicas e imágenes prestadas.
“Quien muere sabe que lo que deja son sus recuerdos, y además sabe que su memoria es, en cierta forma, su inmortalidad”, se lo escucha decir claramente a Tomás Eloy Martínez sobre su imagen difusa. Las fotografías que guarda en una caja son ventanas a las evocaciones, conducidas a través de la voz y el cuerpo del realizador en pantalla. Ese relato subjetivo explícito emparenta este trabajo con una corriente documental que se ha afirmado desde el cambio de siglo en nuestro país y que tiene también su vínculo con una generación de hijos. Los audiovisuales de Andrés Di Tella forman parte de este conjunto, así como Los rubios, de Albertina Carri, Papá Iván, de María Inés Roqué, o “M”, de Nicolás Prividera. En todos ellos, al igual que en Entre Perón y mi padre, en las condiciones de producción de los textos se manifiesta la injerencia creativa del yo. Esa es la perspectiva individual desde la que se narra, que forma parte, a su vez, de búsquedas representativas en tiempos de crisis de los grandes relatos y sujetos colectivos. La estética y el estilo pertenecen a un momento histórico determinado y, al igual que la relación de Blas con el peronismo, su subjetividad misma es una creación social relacionada a las coordenadas de una época. “No me basé en nada más que la intuición. Es una película que tiene más corazón que cerebro. Aun así, de todos los que mencionás, Andrés es una referencia muy importante y cercana a la cual consulto. No sé si en esta película, pero si en los documentales que intento hacer”, le dice Blas a 170 Escalones. “Un documentalista que trabaja mucho con lo personal y que me gusta es (Alan) Berliner”, agrega.
Los fantasmas a los que apela Blas se materializan principalmente a través del sonido: la voz de Perón y la del periodista en la famosa grabación en Puerta de Hierro, pero también las cartas casette que le enviaba Tomás durante la infancia del director o el registro de conversaciones telefónicas y contestadoras automáticas. Otra sombra fundante que está presente en ese “entre”, tanto en las cintas como en la historia personal, es la del “brujo” José López Rega, secretario privado del ex presidente y mentor de la Alianza Argentina Anticomunista (Triple A) que obligó al exilio a la familia Martínez. López Rega es una interrupción constante en el testimonio, y también en la construcción del Perón de Blas. La historia envidia a la ficción, afirma el novelista de Santa Evita, y será por eso que Blas recurre a Buster Keaton o a Humphrey Bogart para ilustrar y completar el relato, los espacios en blanco, en un original juego de edición que por momentos cobra protagonismo absoluto en pantalla.
Entre Perón y mi padre establece, además, un diálogo con la serie de ocho capítulos “La Argentina según Perón”, que se emitió por canal Encuentro hace algunos años, y que contó con la dirección de Eloy Martínez y de Cecilia Priego (guionista de este documental). “Se me ocurre hacer la película con las grabaciones de mi viejo, hacer algo con eso. La presento al INCAA, sale seleccionada, y en el medio Encuentro se entera y me propone la serie. Lo que charlé con ellos es que la idea no tenía que coincidir con la película, que no quería abandonar. Debían ser dos productos bastantes diferentes”, cuenta el director. “Empezamos a hacer la serie, que tiene un anclaje muy fuerte en lo histórico, en el pensamiento político de Perón y en la narración desde su infancia hasta el golpe del 55. Una vez terminado eso, dos años después me pongo a hacer la película. La diferencia está en la parte que habíamos dejado afuera, que es en la que habla López Rega. Él era el protagonista en la historia que me involucraba más a mí y a mi padre, dado que fue la Triple A la que amenaza a mi viejo, la que me pone un revólver en la cabeza y nos obliga a abandonar el país. En cierta forma, ese personaje es el que nos empuja al exilio, hace que mis padres se separen, que vuelva a la Argentina y que nos veamos muy espaciado durante muchos años. En resumen, la gran diferencia es que la serie aborda esas mismas grabaciones desde un costado político e histórico, mientras que la película transforma esas cintas en algo muy personal”, amplía.
Además de Ciencias Políticas, Blas Eloy Martínez estudió en la Universidad del Cine y en The New School de Nueva York. Nació en 1972 en Buenos Aires, y al momento dirigió los largometrajes La oficina (2005), El notificador (2010), y las series de televisión La Argentina según Perón y Cartas del pueblo, junto a Cecilia Priego. En el audiovisual -que tuvo varias pasadas en la sección Panorama de Cine Argentino durante el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 2017- Blas cuenta que cuando le pidió las cintas a Tomás, este le respondió que Perón ya era un personaje agotado. Finalmente, las grabaciones quedaron en sus manos y fueron el camino para recuperar al padre que se había vuelto un hombre invisible para él. “Con respecto a las cintas y mi viejo, la verdad que las tenía abandonadas en su escritorio, era algo que ya no le daba demasiada importancia. Él las había trabajado mucho, ya le había extraído todo el jugo que podía, y mis hermanos no le daban demasiada importancia por sus profesiones. Yo sí, porque en cierta forma conviví con esas cintas bastante tiempo. Por mi formación de cientista político era un tema que me importaba, y por mi formación de peronista también. Entonces, era lógico que se las pidiera y se me ocurriera hacer algo con ellas. Un poco para exorcizar lo que esas cintas habían producido en nuestras vidas. Mi padre siempre era muy reticente que los hijos hiciéramos algo con sus cosas, lo cual me parece que está bien. Yo le expliqué que quería trabajar con la voz de Perón y su propia voz y ponerle ciertas imágenes. Finalmente, me las cedió para hacer la película”, comparte el realizador.