Nació en el verano del 2013 y se reconvirtió al calor de la polarización política. Si 678 fue hijo y artífice de una época donde se discutía explícitamente el rol de los medios en la coyuntura y la política, Intratables es su consecuencia, es el engañoso punto medio de la televisión de la grieta.
Por Manuela Bares Peralta
América, el canal de los magazines eternos y los formatos camaleónicos, creaba en 2013 un programa que no desentonaba, simplemente, porque era parecido a todo el resto. Un salvavidas para el prime-time de la temporada de verano con un Del Moro histriónico asentado en el periodismo de espectáculos. Intratables fue un programa más, hasta que dejó de serlo.
El programa no inventó nada, pero si se apropió de una narrativa propia del momento y la coyuntura. Sin ir más lejos, el debate sobre el rol de los medios ya existía. El famoso mapa que Jorge Lanata narraba en la televisión abierta hace más de 10 años atrás, ahora, formaba parte de la agenda pública. La concentración de medios y el editorialismo no eran invención del kirchnerismo, pero, por primera vez, formaban parte del discurso de una clase política. En ese contexto, donde podías elegir informarte a través del prisma del Grupo Clarín o de 678, nacía la ancha avenida del medio, la televisión que no se jugaba o, por lo menos, decidía contarse bajo el disfraz de los que no toman partido.
Intratables fue el primero de muchos que, después, intentaron imitar su fórmula. Un talk show de la política, donde todos gritan todo al mismo tiempo, una recreación de la grieta, pero televisada como un reality. Del Moro ensayaba todas las noches una performance: el conductor que jugaba a no conducir, pero generaba los clímax de debate con muñeca televisiva.
Producto de la época, el programa terminó de asentarse en el prime-time de América al calor de la campaña electoral de 2015. La Nación y Clarín ya habían elegido un candidato, que en uno de los debates frente a su oponente Daniel Scioli le dijo: “¿Qué te han hecho, Daniel? Parecés un panelista de 6,7,8, no dejás de decir mentiras”. En esa coyuntura convulsionada nace una forma de contar la realidad y trazar el presente, por oposición a todo lo que ya existía, producto del hartazgo con la política misma.
Pero, Intratables era todo menos antipolítico. Al igual que los programas a los que se enfrentaba, marcaba agenda y tomaba posición frente a la realidad que lo rodeaba. El programa no era un remanso en medio de la grieta ni un reducto televisivo del periodismo independiente, pero jugaba a serlo. Y en ese juego coreografiado encontró una identidad que sobrevivió contextos y conductores porque Intratables ya se había convertido en una marca.
El día que Fantino se dejó maravillar por la política
El tipo que venía del periodismo deportivo e hizo del machismo y la charla entre varones su propio programa. Una recreación de una reunión entre amigos, políticamente incorrecta para esta época y escoltada por mujeres del espectáculo. Una especie de late show de lugares comunes que cuando estaba a punto de extinguirse hizo de la política su cáliz de supervivencia.
Ese es un poco Fantino, el tipo accesible y entrador, que no sabe mucho de nada, pero que tiene el termómetro del público y la calle. El pibe de barrio con los códigos tatuados, que se las mandó todas, pero pidió perdón siempre. El cabulero que le agradece a San Expedito siempre que puede, el tipo que recrea la pregunta insistente, el que no polemiza, sino que inaugura sus repreguntas con un “para, para, para” para darle mayor énfasis a lo que está sucediendo en el piso, el que popularizó a Jorge Asís y lo obligó a hablar con lenguaje televisivo. El tipo que jugaba a moderar una mesa integrada por Eduardo Feinmann y Mauricio D’Alessandro, porque él mismo era esa ancha avenida del medio.
Fantino e Intratables son parte de un mismo fenómeno: la televisión de la grieta y el hartazgo de la política, por lo menos, en términos tradicionales. Hacerla accesible, comprensible para todos, convertirla en rating y quilombo porque hay que hacerla medir. Conductor y programa se encuentran, años después del tiempo que los vio nacer. Casi una revancha que vuelve en un año de pandemia y calendario electoral, donde la televisión sigue en el mismo lugar donde todo empezó.