Por Norman Petrich
A fines de siglo XX se publicó una antología de escritores que sufrieron el exilio, pero no es sobre ello que trata esta nota sino sobre las líneas que la anteceden, el prólogo de Jorge Boccanera donde traza una radiografía del exiliado, la cual se vuelve indispensable en días que reaparecen voces preguntándose qué hacer con ese otro que suele ir a contramano de los designios (impuestos) de su época.
En 1999, a pasitos del salto de siglo, Ameghino editora publica un libro de textos y testimonios de grandes escritores que sufrieron el exilio como Augusto Roa Bastos, Juan Gelman, Cristina Siscar, Osvaldo Bayer, Alberto Szpunberg, Humberto Constantini, Tununa Mercado, entre otros, cuyo título es Tierra que anda. Pero no voy a hablar acá de ese duro pero bello libro sino de otro dentro (por lo menos siempre lo he visto así): ese tremendo prólogo hecho por su antologador, el poeta Jorge Boccanera.
Un texto que traza una interesante radiografía del exiliado, ese que no puede dejar de ser otro cuando se le impone ser uno y aceptarlo mansamente para, por así decirlo, salir todos adelante. En días donde se vuelve a pensar en expulsar, desterrar, alejar, convertir en algo ajeno a ese otro, en algo de cual no tengamos que hacernos cargo, resulta indispensable regar el árbol del exilio en el centro mismo de la desmemoria.
Porque es lo que hace Boccanera; con dulce aspereza nos invita a ver en qué se puede convertir ese otro ahora expulsado del proyecto unívoco: en alguien que ve doble, donde la realidad y el deseo llevan registros diferentes, un quiebre que no se acomoda ni con la concreción del anhelado regreso.
Por la alimentada mediáticamente grieta cae un ser que se va fracturando hacia adentro, se desgarra, fragmenta, y en ese caer (que no es otra cosa que una de las formas en que se presenta el partir) asume el fracaso del proyecto donde esos otros estaban incluidos. ¿Se preguntará allí cómo detener ese puño que brota sin derrota desde lo más profundo?¿Cómo hacer que baje, que no siga luchando, rendirse ante el avasallamiento de la monstruosidad, esa que no puede dejar de señalar y denunciar?
Porque se convierte en una voz que delata a una tierra que expulsa. Tierra al hombro, ladrillo, canasto de bicicleta se convierte el país en tantos otros países, se parece mucho a la palabra olvido pero no al olvido, no al que carga en sus recuerdos, por lo menos. Países donde busca refugio sabiendo que todo lo que no es útero es intemperie. Ese es el mayor castigo para el que no puede ser como quiere el todos uno. Y permítaseme, tal vez, contradecir la cita de Eurípides que trae Jorge a través de Gelman, esa que dice que la muerte rápida es un castigo muy leve para los impíos. El uno de hoy se permite ejercer la doble moral donde colectivamente puede llegar a convertir el deseo en acto, en eliminación rápida del otro pero individualmente esa figura hegeliana no se lo permite, de pronto aparece todo un pasado para recordárselo.
Boccanera lo sabe. Es por eso que, en tiempos difíciles, se echa a andar hasta el centro mismo de la desmemoria y riega el árbol del exilio para que, quien lo vea crecer sano, ya no pueda olvidar.
Fragmentos de Árbol de exilio (prólogo de Tierra que anda)
Recibo en mi casilla postal de Costa Rica una carta de Juan Gelman desde Nueva York, donde trabaja temporalmente como traductor de Naciones Unidas. Está fechada en julio de 1990. No es ya un exiliado sino un expatriado, alguien que voluntariamente vive afuera de su país. Pero al escribir con tinta verde el remitente –la dirección de su casa en México- se desliza un error. En lugar de la calle en donde reside, Campeche, ha escrito Campichuelo. Las imágenes se intercambian. Y la mexicana Campeche se instala por un momento en el barrio de Caballito, mientras que la porteña Campichuelo se pone a los pies de los caminantes de la Colonia Condesa de México Distrito Federal.
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La etimología de una palabra lucha por abarcarla, por sobrepujarle un significado. Muchas veces la palabra dice lo que quiere, pero ¿qué quiere decir? La etimología ofrecida por los glosarios es a veces exigua; y exilio, según el diccionario, es su etimología, pero además muchas cosas más. Exilium Ex solum. Exsilare. O sea, apartarse del suelo, ser arrancado del lugar de origen, salir saltando, saltar de, lanzarse fuera de, salir saltando de. Y aún así nada se ha expresado. “Salí de mi tierra”, dice por primera ve en castellano el Cid Campeador al ser des-aforado, al convertirse en un fora-ejido y un des-terrado. El escritor uruguayo Fernando Aínsa sostiene que ese saltar para afuera se convierte en salir “contra afuera” ya que “en el saltar de adentro afuera hay siempre una resistencia que el movimiento de otros provoca… Porque, finalmente, el exilio no es más que saltar del mundo propio, contra el afuera del otro”
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Estoy tramitando una visa de trabajo, cuando me la otorguen estará próxima a expirar, habrá entonces que solicitar otra. En los pasillos me cruzo con amigos que están en lo mismo: Goyo Selser, el chileno Poli Délano, otros que pasan rápido con los ojos fijos como si participaran en una carrera de obstáculos. Alguien me cuenta que el escritor uruguayo Carlos Martínez Moreno falleció en la tediosa tarea de pasar por filas interminables. La más de las veces, el laberinto acaba en el inicio de otro laberinto y un recorrido por calles circulares que señalan que es posible conseguir trabajo, siempre y cuando primero se cuente con la visa, y que es posible llegar a tener visa si se ha conseguido trabajo. Como sea, hay que buscar el sustento. Roa Bastos es mucamo en un hotel alojamiento, Mignona escribe el libro Magia y brujeríay vende con un gitano bollitos de pan, Szpunberg arma muñequitos de madera con cartelitos que ofrece en la calle. Salas coloca letreros en estaciones de servicio y además escribe libros sobre los signos zodiacales.
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En lo personal, me cuesta exponer un tiempo tan concreto e indeterminado a la vez, tan preciso e incierto. El del exilio. Allí donde las respuestas son escasas porque tiene los ojos abiertos en el centro de las preguntas. Apenas escribí un poema con ese título, “Exilio”, surgido de una información periodística de la agencia AFP fechada a fines del 82. La noticia daba cuenta de la expulsión de ciento treinta elefantes de la selva del sur de Sumatra.
Escribí entonces un texto que finaliza con estos versos: “…la estampida cruza por suelos pantanosos y mi patria,/ la mía,/ es sólo esta manada de elefantes que ha extraviado su rumbo./ ¡Guarde celosamente la selva impenetrable a este ulular de bestias!/ Tambores y petardos acompañan./ Algo de todo el polvo que levantan es mío.”
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El exilio es una experiencia abierta, no se acaba. El retorno no clausura la extranjería, el desajuste de ese extranjero atormentado. El escritor uruguayo Aínsa sostiene: “Vuelves y te sientes extraño”, y habla de “los nuevos trashumantes, los que pueden decir con soltura: mi lugar es el desarraigo”.
En el retorno se vive como pérdida el país que dio asilo. Los países son espejos donde la imagen se desliza interminablemente, de uno a otro, en una especie de cinta de Moebius.
Y los exiliados que hicieron de una suma de lugares, el suyo, conocen un mundo forastero, cargan sus pedazos de tiempo, clavan zapatos en el barro, son habitantes de esta Tierra que anda.