Los restos del artista, que murió rodeado por sus seres queridos, serán velados en la Legislatura Porteña desde las 17 hasta las 24, y mañana de 8 a 13.
Cacho Castaña murió hoy a los 77 años en el Sanatorio de Los Arcos, donde había sido internado el 28 de septiembre por un cuadro de neumonía. Su estado de salud había empeorado en los últimos días debido a una bacteria que tenía alojada en el pulmón y que se había expandido a la sangre, y por ello se encontraba sedado. También estaba recibiendo tratamiento por una falla renal aguda.
Cantante popular, autor y compositor de temas que quedaron instalados en los cancioneros de la música argentina (especialmente en los tangueros), hincha de San Lorenzo, seductor, chamuyador, galán de facha singular (no tenía las características típicas de los galanes). Además de todo la anterior Cacho Castaña fue un porteño paradigmático o “El” paradigma del porteño, con todo lo bueno y con todo lo malo que entra en la teoría, en la práctica y en la idiosincrasia local.
Incluso con la excepción a la regla. Aquella que ese tipo de barrio confesaba, hace algunos años, ante la sorpresa del cronista, en una charla de café en Los 36 Billares: se mudaba de su casa de Flores (su lugar de toda la vida) a otra en una “zona paqueta”. “Sí, a la mierda con el paradigma y con Flores”, se reía. “Allá [donde estaría su nuevo hogar] los perros son distintos. Y las mucamas también”, bromeaba el cantante.
En los últimos tiempos solía largar, cada vez que se encendía una cámara de tevé o un micrófono, una serie de muletillas que repetía con frecuencia porque lo divertían. Eran comentarios que hablaban de lo que él era y también del personaje que había inventado detrás de su sonrisa pícara. “Uno nació para sufrir. Con el fútbol, con las minas”, decía. “Sí, soy un pobre engañado. Las minas me engañaron toda la vida”. Otra era: “Tengo los sinsabores típicos de los cornudos, de los poetas que escribimos cuando nos engañan. Y yo soy un gran poeta”.
Más allá de lo gracioso de sus dichos tenía en su música y en sus actitudes cierta nostalgia tanguera y códigos de barrio. Se mudó, pero la casa de Flores no la vendió. Recordaba a sus padres y a sus dos hermanos mayores con cuatro estrellas tatuadas en su mano derecha. Uno de sus temas más famosos termina con este verso: “Por eso vuelvo hasta la esquina del boliche a buscar la barra eterna de Gaona y Boyacá. ¡Ya son pocos los que quedan! Vamos, muchachos, esta noche a recordar una por una las hazañas de otros tiempos y el recuerdo del boliche que llamamos La Humedad.”
Cacho nació como Humberto Vicente Castagna el 11 de junio de 1942, en el porteño barrio de Flores. Su pasión por la música comenzó a manifestarse en el piano, cuando era chico. Con los años, otras experiencias no le faltaron; de la noche y de los excesos dio testimonio. En el autobiográfico (aunque exagerado) “Cacho de Buenos Aires” cantó “Por esa puta costumbre de hacerme el galán de moda, tomando whisky sin hielo, saber que es mala la droga”. Y pasados los 60 decía del cigarrillo: “Este es el único vicio que me queda”. De las mujeres escribió temas como “Me gustan las mujeres con pasado”, pero un día se casó con la hija de uno de sus amigos (Andrea Sblano), casi cuatro décadas menor que él. Y cuando se separó conoció a Marina Rosenthal, también varias décadas más joven. De lo mundano y lo espiritual también hay datos: se interesó por la egiptología, por el umbandismo, la meditación y el control mental.
También experimentó la fama en la pantalla chica, en la grande y, sobre todo, en los escenarios de la música. Entre discos de oro y de platino llegó a acumular tres decenas a lo largo de toda su carrera. Sus temas más difundidos fueron a modo de dedicatorias. “Café La Humedad” (a un café de su barrio), “Garganta con Arena” (a Roberto Goyeneche), “Tita de Buenos Aires” (a la Merello) y más recientemente “La Gata Varela” (a su amiga Adriana Varela).
Cacho se definió baladista y tanguero y siempre dijo que componía del modo como hablaba. Paseó por distintos géneros, los alternó en sus repertorio y nunca se alejó de la idea de sentirse artista popular ni aflojó ante quienes lo consideraron cursi o “grasa”. Ostentaba en su casa un diploma ficticio que lo declaraba doctor honoris causa de la Universidad de la Calle.
Además de recorrer escenarios, fue convocado para una decena de películas: desde su debut en El mundo es de los jóvenes a la serie del amor ( La carpa..., La playa... y La discoteca...) de Adolfo Aristarain. Y de ahí a Felicidades, estrenada en 2000.
Ya en los noventa su popularidad no era la misma que la de sus comienzos. Sin embargo, comenzado el nuevo milenio lo redescubrieron gracias a nuevos discos grabados, premios como el Gardel y el Estrella de Mar y con participaciones como actor o autor e intérprete de temas en tiras televisivas diarias como Los Roldán y Por amor a vos y como uno de los personajes de un quinteto terrible, en el programa Buenos muchachos.
Cacho, que tuvo casi tantas internaciones por problemas de salud como resurrecciones, seguramente dejará el recuerdo de ese paradigma de porteño, las melodías y los versos de “Café la Humedad”, “Garganta con arena” y “Qué tango hay que cantar” (éste último con música de Rubén Juárez); y probablemente algunas ingeniosas salidas que remataba en frases, un poco en serio y otro tanto en broma, que quedarán en el imaginario colectivo argentino.
Fuente: LA NACION