¿Qué lugar ocupan las personas travestis y trans en la industria del entretenimiento?
Los cuerpos fuera de la norma y la dialéctica disidente. Teena Brandon y Lili Elbe llegaron a la pantalla grande con más de una década de diferencia, pero con algo en común, ambos fueron protagonizades por personas cis. Las actuaciones de Hillary Swank en Los chicos no lloran y Eddie Redmayne en La chica danesa quedaron alojadas por siempre en nuestra memoria emotiva, pero sus interpretaciones son apenas una excusa para poner el foco en un debate mucho más profundo: ¿qué lugar ocupan las personas travestis y trans en la industria?
Hace apenas unos días, el cupo travesti-trans en la administración pública nacional se hacía decreto. Ese 1%, símbolo de la lucha, de la movilización y de la voluntad política marcaba un piso necesario sobre el cual expandir y profundizar la igualdad. Si bien el cine y la televisión actuaron como caja de resonancia para visibilizar y desclosetar las realidades del colectivo LGBTIQ+, también reprodujeron y mediatizaron estereotipos de género.
La realidad travesti y trans debía adecuarse a la regla. Una realidad que seguía disciplinando a los cuerpos dentro y fuera del set. Historias dolorosas y violentas protagonizadas y dirigidas por personas cis. La exclusión encontraba en la industria una vidriera de reproducción y de consumo. Historias exhibidas ante millones de espectadores, pero cuyos principales enunciadores continuaban siendo vetades de la escena pública.
En el año 2006, Max llega a la exitosa serie The L World. Una serie que todes vieron, pero de la que empezaron a hablar colectivamente mucho después. Un rito de iniciación: una serie en código torta se transmitía en un canal de aire en el prime-time. También, para muches, fue un primer acercamiento a la realidad trans. Varios años después, Naomi Watts, Elle Fanning y Susan Sarandon, llevaron al cine la transición de un adolescente transgénero. Esta vez, el enfoque ya no era el mismo. Parecía posible contar una historia sobre una persona transgénero sin recurrir al trauma; vivirlo con libertad empezaba a estar permitido en la dialéctica del cine.
Los relatos se actualizaron y la época comenzó a dar signos de cambios. Sin embargo, la marginación de la propia industria volvió a edificar límites claros para la inserción laboral de las personas travestis y trans. Poner el cuerpo sólo en realidades e historias de vida semejantes, la ficción —en estos casos— no se divorcia de la realidad, por fuera de la realidad travesti-trans no había lugar para elles.
Hace poco, actrices transgénero interpretaron a dos lesbianas cis en la reversión de The L World. Muchos años después, los márgenes de lo posible volvieron a ampliarse. Pero, mientras el feminismo impone cambios estructurales y legislaciones en el interior de las sociedades, los usos y consumos culturales ofrecen resistencia a una coyuntura hecha de movilizaciones populares.
La lucha travesti y trans nos demostró que se pueden transformar realidades que parecían imposibles. Hacer cultura, desarrollarla y visibilizarla bajo una dialéctica trans.
El deseo hecho documental
Mocha Celis llevó a la pantalla grande la historia del primer bachillerato trans. Un proyecto colaborativo entre estudiantes y profesores, el registro audiovisual del pasaje de ser de sujetas-objeto a ser sujetas productoras de sentido y conocimiento. Era posible conocer la realidad trans a través de sus propias voces.
Reclamar espacios de representación, construir y mediatizar relatos que ponen en tensión una forma de contar heteronormada y tradicional, pero sobre todo, hacer de las pantallas una caja de resonancia y resistencia colectiva. Sin dudas, ese es el debate pendiente en la sociedad y en toda la industria.
Fuente APU