El aborto y otros poemas de Anne Sexton

“Una mujer que escribe siente demasiado”. Zindo & Gafuri acaba de publicar, en versiones de Verónica Zondek, poemas de la autora estadounidense bajo el título general La muerte de los padres. De allí tomamos esta selección y sumamos un registro documental de 1966, para quienes todavía no conozcan su voz ni su manera de recitar los versos que tipeaba a máquina.

“Enfoco el poema como si hablara a través de una ‘persona’. Es un Yo”, explicaba Anne Sexton (1928-1974), nacida en Massachusetts, Estados Unidos. Poeta, prosista y dramaturga, en 1967 obstuvo el Premio Pulitzer por su libro Live or Die.

En versiones de Verónica Zondek, aquí compartimos tres poemas tomados del conjunto publicado por Zindo & Gafuri bajo el título general La muerte de los padres. 

El video que aparece al final fue filmado en la casa de la familia Sexton en 1966, y se la puede ver fumando mientras recita sus versos crueles.

El aborto

Alguien que debió haber nacido

ya no está.

Así como la tierra frunció su boca,

cada brote pujando por salir de su nudo,

yo cambié de zapatos, y luego viajé hacia el sur.

Más allá de las Montañas Azules, donde

Pensilvania se encorva interminablemente

vistiendo, cual gato pintado, su pelo verde,

sus caminos hundidos como una gris tabla de lavar;

ahí, donde por cierto, se agrieta la tierra perversamente

una oscura cavidad desde donde ha manado el carbón,

 

Alguien que debió haber nacido

ya no está.

 

la hierba tan erizada y vigorosa como un cebollín,

y yo preguntándome cuándo se rompería la tierra,

y yo preguntándome cómo hace lo frágil para sobrevivir;

allá en Pensilvania, conocí a un hombrecito,

que no era Rumpelstiltskin, para nada, para nada…

él se llevó la hinchazón que comenzó el amor.

Regresando al norte, hasta el cielo se adelgazó

como una ventana alta que no mira hacia ningún lado.

El camino era tan plano como una plancha de aluminio.

 

Alguien que debió haber nacido

ya no está.

 

Sí, mujer, una lógica como ésta lleva

a una pérdida sin muerte. O dí lo que tenías que decir,

cobarde… este bebé que sangro yo.

 

El arte negro

 

Una mujer que escribe siente demasiado,

¡qué trances y portentos!

Como si los ciclos y los niños y las islas

no fueran suficiente; como si los enlutados y los chismes y las

vreduras nunca fueran suficiente.

Ella piensa que puede advertir a las estrellas.

Una escritora es en esencia una espía.

Querido, yo soy esa niña.

 

Un hombre que escribe sabe demasiado,

¡tales hechizos y fetiches!

Como si las erecciones y los congresos y los productos

no fueran suficiente; como si las máquinas y los galeones

y las guerras no bastaran nunca.

Con muebles usados él hace un árbol.

Un escritor es en esencia un estafador.

Querido, tú eres ese hombre.

 

Nunca amándonos,

odiando hasta nuestros zapatos y sombreros,

querido, querido mío, nos amamos uno al otro.

Nuestras manos están celestes y suaves.

Nuestros ojos están llenos de confesiones terribles.

Pero cuando nos casamos,

los niños se retiran con asco.

Hay demasiada comida y no queda nadie

que se coma toda la extraña abundancia.

 

Ama de casa

 

Algunas mujeres contraen matrimonio con casas.

Es otro tipo de piel; tiene corazón,

boca, hígado y movimientos intestinales.

Los muros son permanentes y rosados.

Vean cómo se sienta sobre sus rodillas el día entero,

limpiándose ebnegadamente.

Los hombres entran a la fuerza, succionador como Jonás

dentro de sus madres carnosas.

Una mujer es su madre.

Eso es lo más importante.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *