Las niñas de Gabo

Por Leticia Amato (*).

Que son simpáticas, nos han enternecido, a veces nos conmovieron, otras hasta nos produjeron desprecio, no lo podemos negar. Sin embargo, los textos se asientan con el tiempo y hoy resulta ineludible aplicarle una nueva mirada a los personajes femeninos creados por buena parte de los escritores del “boom latinoamericano”.

En esta dirección Nadia Celis Salgado, investigadora y profesora universitaria, autora de “La rebelión de las niñas. El Caribe y la conciencia corporal (2015)”, propone releer desde una perspectiva de género cómo están construidas, qué dicen y qué les falta decir a las niñas, a las jóvenes y a las mujeres de los textos de, por ejemplo, el escritor colombiano y Premio Nobel, Gabriel García Márquez.

Sierva María (Del amor y otros demonios, 1994), América Vicuña (El amor en los tiempos del cólera, 1985), Amaranta y Renata (Cien años de soledad, 1967), Delgadina (Memoria de mis putas tristes, 2004), Leticia Nazarena (El otoño del Patriarca, 1975), son apenas algunos ejemplos de la cantidad de caracteres femeninos que encontramos en las ficciones garciamarquinas. Las niñas de Gabo son, en varias ocasiones, seducidas por gerontes o curas, usadas en transacciones sexuales, prostituidas, sodomizadas, engañadas, abandonadas.

A juzgar por la patente mayoría de la crítica en torno a la obra de García Márquez, América Vicuña, al igual que sus congéneres, es invisible. Lo son también las docenas de niñas y adolescentes que pululan en el imaginario amoroso de los escritores latinoamericanos y caribeños a todo lo largo del siglo XX. El motivo es tan recurrente que cabe preguntarse qué habría sido del boom sin ancianos enamorados contemplando virginales púberes o seduciendo virtuales “Lolitas”, señala Celis Salgado.

En cambio de presentarse como sujetos deseantes cuya búsqueda o identidad sexual les es propia y auténtica los personajes femeninos de niñas y jóvenes mujeres aparecen en estas ficciones, apenas, como objetos de deseo sobre los que se proyecta el clásico ideario erótico masculino, que por lo general oscila entre la niña “inocente” o la niña “voraz” hipersexualizada. En definitiva, proyecciones trivializadas y retroalimentas por el discurso ficcional.

La ficción ha jugado un papel indudable en la consolidación y continuidad de la distinción entre inocentes doncellas y peligrosas seductoras que domina el imaginario sobre la sexualidad infantil femenina desde sus más remotos antecedentes, afirma la autora de La rebelión…

Las “damiselas” también de varios otros escritores del boom, como Vargas Llosa, Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti, entre otros, son expropiadas de su sexualidad mediante un discurso glamoroso para ser puestas al servicio de fantasías eróticas masculinas en una suerte de fetichización de la niña, que al mismo tiempo sacraliza y no cuestiona al adulto que las corteja, seduce y domina sexualmente.

Cabe preguntarnos entonces cuál es la función social de los discursos ficcionales. Una de las respuestas a las que arriba Celis Salgado ubica a las representaciones simbólicas que se producen desde la ficción, como parte de un engranaje fundamental en la maquinaria que sustenta la conciencia colectiva y un cierto tipo de sentido común hegemónico.

Sin dudas, el discurso dominante también opera en el plano ficcional y contribuye al armado de modelos, formas de “deber ser” que se inscriben en las lógicas de relaciones intersubjetivas del sistema capitalista.

(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA e integrante de la Secretaría de la Juventud de la FELAP.

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