Luis Buñuel: radiografía de la burguesía y la pesadilla de la Revolución

Por Guido Fernández Parmo(*)

No está demás, en tiempos difíciles, recordar a los maestros que nos han enseñado algo. Recientemente he vuelto a ver algunas películas del director español Luis Buñuel para entender un poco más a nuestra clase dominante: la burguesía. Sus películas son una especie de radiografía de esta clase social que por momentos parece que ha logrado extender sus tentáculos por todas las fibras de nuestros cuerpos.

La burguesía, en primer lugar, es la clase dominante, la clase que domina a la trabajadora. Ahora bien, qué quiere decir “ser burgués” o qué es “ser un burgués”. Esta clase se inventa a sí misma como medio de sofocar el peligro que la acecha por todos lados: la pesadilla de la Revolución. En esta primera entrega nos centraremos en algunos aspectos de la burguesía, en la próxima lo haremos sobre la pesadilla del burgués.

 

El burgués que todos llevamos dentro

Propiedad. En primer lugar, la clase burguesa es la clase propietaria. Aquí no hay demasiadas ambigüedades. Son los dueños de los grandes recursos naturales, patentes de medicamentos o códigos de softwares. La burguesía, así, puede dominar desde muchos frentes, entre otros: controlando esas riquezas, gobernando países. Alcanza con mirar El discreto encanto de la burguesía para ver cómo en un mismo salón se encuentran el político, el empresario y el militar.  Buñuel tiene un símbolo para estas propiedades: la mansión. Desde La edad de oro (1930) hasta El discreto encanto de la burguesía (1972), las mansiones han sido tan protagonistas como los actores. Quienes dominan son propietarios.

El discreto encanto de la burguesía (1972)

 

Encierro. Buñuel decía que se sentía cómodo filmando en interiores. El espacio de la mansión es un espacio encerrado. Porque a la burguesía le gusta encerrarse detrás de fuertes rejas y altos muros. El encierro burgués tiene un paralelo en el individualismo, que es otro tipo de encierro. En El ángel Exterminador (1962) un grupo de burgueses reunidos en una mansión quedan encerrados en ella hasta caer en estados primitivos y animales de comportamiento: nada, sin embargo, impide su salida. El burgués, encerrado en sí mismo, descubre que en su interior lo habita un animal o, como decía Cesaire, lo habita un Hitler. O tal vez, una perversa, como Belle de Jour (1967) o un perverso como el patrón de Diario de una camarera (1964).

Repeticiones-Racionalidad. El burgués necesita repetirse, necesita de una racionalidad que ordene y controle esa bestia interior. Hay dos modos de lograr esto: ordenando los espacios y ordenando las conductas. Los espacios se ordenan mediante la limpieza y el trazado geométrico de sus arquitecturas. Las casas burguesas del cine de Buñuel parecen museos: todo finamente ordenado, colocado en su lugar, como los jardines con canteros que forman figuras simétricas. Esta simetría de los espacios se da también en las conductas. Los burgueses se repiten, les gustan los rituales. Repeticiones y repeticiones: cenar con amigos en mesas elegantes, asistir a las fiestas de graduación, saludos, gestos, miradas. Los rituales suelen tener un paradigma, un acontecimiento original, como La última cena en relación a la misa de todos los domingos. Año 1825, Francia impone a Haití una deuda de 150 millones de francos oro (17.000 millones de euros) por querer independizarse. Ni los 200.000 muertos conmovieron a los burgueses franceses: los pagos no se devuelven. Repeticiones de deuda.

Fetichismo. La repetición sirve para imprimirle racionalidad a la locura interior que habita al burgués. Surge así la conducta ritual. Pero todavía falta algo más: la realidad también debe convertirse en algo estático y fijo. Esta es la tarea del fetichismo. La burguesía es fetichista, o al menos impone un orden fetichista de vida. Marx había mostrado cómo en el capitalismo reinaba la mercancía como un objeto hecho que nos encontramos en el mercado y que no da cuenta de las condiciones de su producción. El fetichismo reina nuestras relaciones, esto es, las relaciones con los objetos y las personas toman la forma de una relación entre cosas. Y los burgueses de Buñuel tienen debilidad por ese fetichismo que detiene los procesos, que congela al deseo y lo coagula en un objeto. En Diario de una camarera, el viejo patrón le pide a su nueva empleada que se ponga unos botines de cuero; En La edad de oro, la mujer besa el dedo gordo del pie; y en Él (1953) el cura besa los pies del niño luego de lavárselos. Aunque no sea este su único sentido, el fetichismo está en un aspecto íntimamente ligado a la condición burguesa. Deseamos objetos: el auto nuevo, el celular, el vestido. Estos objetos de consumo se cargan de energía sexual. Digamos, “nos calentamos con ellos”.

Diario de una camarera (1964)

 

Insatisfacción. La repetición del ritual, sin embargo, deja siempre un agujero. Algo se escapa. La burguesía es también la clase siempre insatisfecha, que gira sobre sí misma en falso, devorando y consumiendo naturaleza y humanidad insaciablemente. Son los burgueses de El discreto encanto de la burguesía que intentan unas ocho veces juntarse a comer y no lo logran. Es el amor de La Edad de oro o de Ese oscuro objeto del deseo (1977) que no puede consumarse nunca. La insatisfacción nos habla de la naturaleza común que tiene el deseo y el Capital: la voracidad no tiene fin, como el ritual repetido cíclicamente, el deseo da vueltas sobre el agujero negro del Capital. Como decía Marx, “el crecimiento del capital es incesante”.

 

Palabras finales

La clase burguesa se define, primero, económicamente. En este sentido la línea de separación es bien clara: algunos son propietarios, otros no. Pero también se define por los temores, por los valores, por conductas e idealizaciones que atraviesan el cuerpo social más allá de las divisiones económicas.

¿A qué responden estas características de la burguesía? A los temores, a lo que ella teme más que nada en el mundo: la pesadilla de lo caótico, del proceso, de lo fluido, de lo abierto, de lo inesperado. En cierto sentido, todos podemos llevar un pequeño burgués dentro que teme por esto mismo. Tal vez sea esto el punto fuerte del dominio burgués: que temamos lo mismo, que le tengamos miedo a esas mismas fuerzas que nos liberarían. De ahí nuestras propias repeticiones a los que parecemos condenados.

(*) Secretario de Cultura y Deportes de la UTPBA. Profesor de filosofía.

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